MARTES SANTO
Nuestro Párroco nos propone su meditación y, también, un himno para este Martes Santo.
HIMNO
No me mueve mi Dios para quererte
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera. Amén.
Evangelio de san Juan:
En aquel tiempo, Jesús, profundamente conmovido, dijo: – «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.» Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús tanto amaba, estaba reclinado a la mesa junto a su pecho. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: – «Señor, ¿quién es?» Le contestó Jesús: – «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado.» Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: – «Lo que tienes que hacer hazlo en seguida.» Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche. Cuando salió, dijo Jesús: – «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: “Donde yo voy, vosotros no podéis ir.”» Simón Pedro le dijo: – «Señor, ¿a dónde vas?» Jesús le respondió: – «Adonde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde.» Pedro replicó: – «Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti.» Jesús le contestó: – « ¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces.»
En el Evangelio de hoy vemos que el Señor, de repente, suelta un bombazo entre los suyos: uno de vosotros me va a entregar. Esto sucede tras el lavatorio de los pies, en el contexto de la Última Cena. Es un momento de revelación especial de Jesús a los suyos, antes de su discurso de despedida. Él sabe que Judas ya no es de los suyos por eso precipitará su salida. Hay cosas que solo quiere contar en la intimidad a quienes le buscan y le quieren, que no quiere decir a los puros, puesto que al poco predice la traición de Pedro. El Señor sigue actuando igual con nosotros. Hay cosas que nos dice al corazón cuando le buscamos y le amamos. Suele hacerlo en nuestros encuentros personales con El, en nuestra oración o cuando hacemos un rato de lectura espiritual o a través de la confesión o la dirección espiritual. No ha cambiado el modo de actuar, por eso nos deja las páginas del Evangelio, para conocerle y que nos podamos acercar con seguridad a Él. Solo cambian las circunstancias. Pero al igual que Judas no todos le entenderán e incluso le malinterpretarán. Se podría decir que para entender a Jesús hay que tener su código de interpretación, que es un corazón abierto a conocer la verdad. Todos se sorprenden y hasta se escandalizan. No les cabe en la cabeza quien puede ser. Lo que es claro es que nadie duda de su realidad. Como conocen ya que Jesús nunca se equivoca. Les asalta la intriga, quién será. Y Pedro da indicaciones a Juan para averiguarlo. Es curioso porque revelando el secreto nadie reacciona.
El detalle es importante, aquel a quien de él pan untado. Jesús no se da por vencido. Quiere a Judas y se lo ha mostrado muchas veces. Sabe que es ladrón y no le quita la bolsa, conoce su corazón torcido y no le recrimina, trata de ganárselo a través de la amistad y el cariño. Si avisa en público la traición es para que se arrepienta, si le da el bocado del pan es para tener un detalle de amistad y delicadeza, que es lo que significaba para los judíos este gesto. Trata de ganárselo con el corazón. Más tarde se dejará besar por Judas cuando ejecute la entrega. Jesús nunca se rinde. Pero el corazón de Judas hacía ya tiempo que estaba perdido. Malinterpreta las obras y las palabras del Maestro, el Maligno le seduce y se deja convencer. Su pensamiento es más fuerte que la bondad de Dios y por eso dirá el evangelio que tras el bocado entró Satanás. Un gesto más de la amistad de Jesús y se enrabieta, no soporta ya la bondad y se revuelve. Ha decidido su fin.
Vemos, por un lado, como el Señor nunca da a nadie por perdido y lo busca hasta el final. Pero la libertad de cada uno permanece intacta, por eso cada uno es responsable de sus actos y también de su salvación o no. Porque siendo cierto que solo Cristo me salva, no lo puede hacer sin mí. Y, por otro lado, el orgullo, el hacer más caso de nuestros pensamientos que los consejos del Señor sólo conllevan nuestra ruina. San Pablo resume estas dos ideas en la carta a los tesalonicenses diciendo que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Lo más sabio entonces es fiarse de Dios y de su Palabra que es Jesucristo.
El demonio hace daño, pero de modo sibilino. No de frente sino a través de nuestra soberbia y nuestro orgullo. Disfrazándolo de buenas intenciones e incluso piadosas si fuera necesario. Sirviéndose incluso de un apóstol. Por eso nadie puede sentirse confiado y debemos estar vigilantes.
Tras la salida de Judas, el Maestro desarrollará el testamento espiritual de la Última Cena. Empieza diciendo que ahora es Glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en Él. Porque nada que suceda escapa al conocimiento de Dios. Dios tiene sus planes, aunque la mayor parte de las veces los ignoramos, pero nada se les escapa a su control. La glorificación debe pasar por la Cruz y siendo un misterio es también nuestra salvación. Hemos de confiar siempre en Dios. No son palabras bonitas ni un intento de auto afirmación, convencimiento o ilusión, sino la pura realidad manifestada en la vida y las promesas de Jesús. Pero esto solo lo entiende quien se sabe hijo de Dios, vive como tal y busca la Verdad.
Tras este inicio del discurso, Pedro, impulsivo como siempre, se adelanta para manifestarle su seguimiento incondicional. Que poco se conoce. Y el Señor le dirá la verdad de lo que acontecerá. Me negarás. Que dura respuesta y que confundido está el Maestro, habrá pensado Pedro. Pero que confundido está el y cuánta razón tiene el Señor. Nos enseña a no ser autosuficientes, porque el palo o la decepción puedan ser grandes. Pero él es el elegido para regir la Iglesia a pesar de sus defectos y pecados. La grandeza de Pedro estriba en que reconoce su error y arrepentido vuelve siempre a pedir perdón Jesús. Se humilla y recomienza. Cómo nos sentimos identificados con él. Y cuánto bien nos hacen, a veces, nuestros fallos cuando nos sirven para rectificar.
Comenzaba el Evangelio diciendo que Jesús está conmovido y ahora lo entendemos. No era para menos, pues son muchos sentimientos juntos. Mira por cada uno de los suyos y sufre por quienes ama. Pero El sigue siendo el mismo y desde la diestra del Padre sigue intercediendo por aquellos que le aman. No le dejes nunca y Él nunca te dejará. Dios te bendiga
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