REZAR POR EL PAPA
Nuestro Párroco nos invita hoy a rezar por el Santa Padre. Os presentamos pues un vídeo con algunas imágenes de la Bendición Urbi et Orbe que impartió el Papa el pasado 27 de marzo, y luego la reflexión de nuestro Párroco (de nuevo en audio y en texto).
El viernes 27 de marzo tuvo lugar en Roma un acontecimiento extraordinario, por el modo y por la ocasión. Una oración común de toda la Iglesia con el Papa, para pedir fuerza a Dios y el fin de esta pandemia. Y una Bendición Urbi et Orbe que conlleva Indulgencia Plenaria que no fue impartida por el Papa, sino por Cristo mismo oculto en el Santísimo Sacramento del Altar y Presente en la Custodia. Bendecía Cristo en las manos temblorosas del Papa. En una Plaza de san Pedro vacía, ella acostumbrada a eventos masivos. Era sin oro ni oropel. Un Papa peregrinante, que quiso recorrer la Plaza hasta el lugar de la oración, hacia el lugar de encuentro con el Salvador llevando la oración y el grito de la Iglesia, como en el pasaje de la barca bajo la tormenta que nos narra el Evangelio que desgranó, y que se dirige al Maestro implorando su protección. Un Papa penitente, aceptando el frío y la lluvia de esa tarde romana sin paraguas ni abrigo. Un Papa apesadumbrado, como se le veía en toda la celebración, conocedor de cómo el Vicario de Cristo en la tierra lleva sobre sus hombros el peso de la Iglesia y el sufrimiento del mundo. Pero un Papa con voz potente, que trata de transmitir al hombre dónde está su salvación, su fuerza, su seguridad aquella que tanto busca y que ha abandonado.
Un Papa, así, que suscita ternura, compasión, el deseo de unirnos a esa plegaria suya a Cristo, de coger parte de esa cruz, como el Cirineo, de aliviarle y de alegrarle un poco. Pero esto está a nuestro alcance: escuchándole; haciendo nuestra su plegaria y rezando junto a él y también por él, para sostenerle. Hay un episodio en el Antiguo Testamento, en el cual el ejército de Israel debe enfrentarse a los amalecitas en el desierto y Moisés sube a la Montaña con Aarón y Jur para orar. Moisés con los brazos levantados implora la ayuda a Dios y mientras los brazo están levantados, el ejército de Israel vence, pero si baja esos brazos gana el ejército de Amalec. Así que deciden sentar a Moisés sobre una piedra y sostener entre Aarón y Jur los brazos de Moisés hasta ganar la batalla. Nosotros podemos ser ese Aarón y ese Jur sosteniendo al Papa con nuestra oración y nuestros pequeños sacrificios.
Tras la tormenta pidamos aprender. Pidamos desde ya luces al Espíritu Santo para que nos ilumine sobre lo que hemos de aprender, como los apóstoles tenían que aprender que estando con Cristo nada malo les podía suceder y que su miedo era por falta de fe. ¿Qué consecuencias sacaron los apóstoles? Debieron ganar en confianza, se sentirían abrumados por su falta de fe y avergonzados por no estar a la altura de las circunstancias, pero cuánto hemos de agradecerles esa reacción para sentirnos identificados con ellos cuando reaccionamos igual. Entonces Jesús nos hará las mismas preguntas: ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?
El Papa da puntos para nuestra reflexión personal. Es más, son puntos para nuestra conversación personal con el Señor. Es cómo un pequeño examen para averiguar nuestro grado de confianza en El. Y querría poner algunos de relieve:
- Llamados a remar juntos. Los discípulos ante la tormenta, o todos reman o perecen. Hemos de caer en la cuenta que, o nos ayudamos unos a otros en la salvación o ninguno se salva. No es momento de rencillas o rencores, sino de remar juntos.
- Jesús duerme confiado en el Padre. Sabernos hijos de Dios no es un conocimiento intelectual, sino una disposición del alma que se sabe querido, amado y protegido por el Buen Padre Dios.
- Jesús no se desentiende de nosotros (está dormido nada más), como murmuraban los discípulos. Un Dios que no actúa no significa que esté ausente, sino confiado y tranquilo. Se fía de nosotros y nos deja actuar libremente, aunque nos equivoquemos, pero siempre vigila y está dispuesto a enseñarnos y corregirnos.
- Nuestra seguridad no está en la buena construcción de la nave, en que aguante, porque los vientos la hacen ver frágil. Nuestra seguridad está en que el Maestro ha prometido estar siempre cuidando de ella hasta el fin de los tiempos y que las fuerzas del Infierno no la derrotarán. No tiene cabida ni el miedo ni la falta de fe.
- Hay que convertirse volviendo a Dios, como los discípulos que solo se acordaron de Él cuando el viento arreciaba, hasta entonces ni se acordaban de su presencia. Confiando en Él, pero no cada uno por su cuenta sino juntos, sintiéndonos hermanos y responsables cada uno de la salvación de los demás. Eso es remar juntos.
- La fuerza de Dios es convertir en algo bueno todo lo que sucede, incluso lo malo. Todo es para bien, nos dirá san Pablo o como tanto le gustaba decir a san Juan Pablo II, cuyo aniversario del fallecimiento celebramos hoy “ahogar el mal en abundancia de bien”.
- Nuestra esperanza, timón y ancla es la Cruz. De ella emana la Iglesia, que dirige y anima el Papa, los sacramentos que nos nutren y la entrega de una Madre en María.
- Hemos de abrazar esa Cruz de Cristo, cruz que es abrirse a los demás. El Señor muere por todos, no solo por unos pocos o unos preferidos, sino por buenos y malos, por eso nuestra plegaria, junto al Papa, es por todo el mundo.
- La conclusión de esta oración del Papa: en ti confiamos y descargamos nuestros agobios. Es una oración de confianza y esperanza, de quien se sabe débil en su condición humana y, a la vez, fuerte por quien se apoya: Cristo vencedor.
Que esta meditación nos ayude a concretar el modo de remar todos juntos, de afianzar la fe y confianza en el Señor y a rezar por el Papa y sus intenciones para, como buenos cirineos, aliviarle el peso en esta dura etapa.
Dios te bendiga.
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