La santidad sigue teniendo gancho en la época del «I-Pod» y del «YouTube»
Habla el profesor Vicente Bosch, profesor de Teología Espiritual
La santidad sigue teniendo gancho en la época del «I-Pod» y del «YouTube», asegura en esta entrevista el profesor Vicente Bosch, profesor de Teología Espiritual de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma).
Bosch es autor del reciente libro «Llamados a ser santos. Historia contemporánea de una doctrina» (Editorial Palabra, Madrid 2008).
¿De verdad a la gente le interesa ser santa?
Todos buscamos respuestas al sentido de nuestra vida, y la santidad es la respuesta que ofrece la fe cristiana.
¿Realmente piensa que en la era del «I-Pod» y de Internet un muchacho de 17 años puede sentirse atraído a vivir la fe de modo radical?
Claro, ¿por qué no? Quizá ahora su radical entusiasmo juvenil se centra en ser leal a su equipo de fútbol, o en ser buen amigo de sus amigos, o en amar a las personas queridas, a su novia… El descubrimiento de que Dios le llama a algo le hará poner todas sus energías en ser mejor y dar cauce a lo que realmente lleva dentro, amando a Dios y a los demás.
¿Qué sentido tiene escribir hoy un libro sobre la llamada universal a la santidad? ¿Acaso han surgido dudas sobre esta doctrina?
No hay ninguna marcha atrás acerca de la doctrina que, sin proponérselo, constituyó el mensaje central del Concilio Vaticano II, pero cabe afirmar que tanto a nivel académico como de catequesis se ha producido una cierta recesión respecto al entusiasmo inicial de su acogida en el inmediato posconcilio. Es evidente que, a pesar de las constantes intervenciones del magisterio posterior, el mensaje no ha calado aún en la mayoría de los fieles.
¿Por qué esa lenta asimilación?
Quizá se deba a una falta de reflexión teológica previa a la fase de catequesis, que, además, requiere la convicción y el entusiasmo del catequista. En otras palabras, nadie se siente llamado a algo sin conocer al que llama ni a qué es invitado.
¿No será que hablar de santidad suena a cosa bonita pero indeterminada y lejana de la realidad en la que nos movemos?
La santidad es una semilla que Dios deposita en cada uno con el Bautismo: es algo tan real como la salud del cuerpo que todos tendemos a cuidar y desarrollar. Pero mientras los modelos de salud corporal saltan a la vista en la televisión y en la publicidad, los de santidad son menos accesibles a los sentidos y requieren una vista bien graduada.
¿Y piensa que hay santos también ahora?
En nuestros días no faltan personas que se esfuerzan en ser santos –nos las cruzamos por la calle–, y la santidad sigue teniendo gancho en la época del «i-Pod» y del «youtube»; lo que faltan son señales de dirección, indicadores del contenido de la santidad y de sus implicaciones.
¿Está seguro?
Basta pensar en los esposos Quatrocchi, en Padre Pío, en los cristianos que viven en tierras de persecución, pensemos en Madre Teresa, en Giuseppe Toniolo… La santidad es asequible… Ya lo decía San Josemaría Escrivá en forma de paradoja: «es más asequible ser santo que sabio, pero es más fácil ser sabio que santo» (Surco, n. 282).
Sin embargo la reciente normativa canónica sobre las causas de los santos parece restringir la santidad…
La santidad que declara la Iglesia será siempre la punta del iceberg. Ella nos ofrece modelos concretos que manifiestan los distintos caminos posibles por los que una gran cantidad de cristianos nos han precedido: es la masa anónima de santos que celebramos el 1 de noviembre. La verdadera fábrica de santos no está en el Vaticano sino en el tiempo y espacio de cada vida que manifieste con hechos su amorosa adhesión a Cristo.
El próximo Sínodo de los obispos reflexionará sobre «La palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia». ¿Cree usted que sus conclusiones pueden ayudar a una más efectiva recepción de la doctrina de la vocación universal a la santidad?
La misión de la Iglesia es llevar la salvación al mundo entero y ésta nos llega a través de la Palabra hecha carne en Cristo. Esa Palabra resuena en cada uno como llamada a la santidad, como vocación a vivir la vida divina que se nos ofrece ya aquí antes de alcanzar su plenitud en el cielo. Por eso, es indudable que un mayor conocimiento y –sobre todo– una mayor vivencia de la Palabra facilita una respuesta más plena a la llamada a la santidad, a la voluntad de Dios para cada uno.
¿Esa llamada es realmente para todos o para unos pocos? ¿No es demasiado radical?
Cada cristiano tiene una vocación personal e intransferible porque cada uno ha sido pensado y querido por Dios. Nosotros vamos descubriéndola poco a poco en un dialogo con Dios que tiene como punto de referencia la Revelación en Cristo. Nuestra personal respuesta al descubrir el amor que Dios nos tiene es amarle; y el amor, cuando es verdadero, es siempre exagerado.
ROMA, martes, 4 marzo 2008 (ZENIT.org).-