El verdadero reino del terror en el que vivía Mesoamérica antes de la llegada de los españoles
Se trataba de un territorio tremendamente violento y peligroso, con rituales religiosos muy primitivos y especialmente sanguinarios
Desde algunos círculos políticos y sociales se nos pretende vender la falsa imagen que Mesoamérica, antes de la llegada de los españoles, era una especie de arcadia feliz, en donde culturas muy avanzadas convivían en cierta armonía con otras sociedades de su entorno, rodeados de una naturaleza generosa. Culturas con una estructura jerárquica que promovía la movilidad de las clases sociales, con una religión compleja muy en simbiosis con esa naturaleza de la que eran tan dependientes y cuyos ocasionales sacrificios servían no solo para gratificar a los dioses, sino como un inteligente freno demográfico, por una parte, y como complemento dietético ante la ausencia de ganadería, por otra.
Se puede admitir que las culturas continentales que se encuentran los españoles en 1519 desde la costa hasta el lago de Tetzcoco, tenían cierto grado de complejidad, sobre todo comparándolas con las de las islas o con aquellas de otras zonas del continente de las que ya se tenía noticia, como el istmo de Panamá en donde se había fundado en 1510 Santa María la Antigua del Darién.
Tanto en los territorios mayas como en Tlaxcala o ciudades aliadas a los mexicas como Cholula y Tetzcoco y desde luego la propia Tenochtitlan, los españoles admiraron los grandes templos y palacios, los acueductos y sistemas de irrigación, las esculturas, la artesanía en general y ciertos conocimientos astronómicos. Sin embargo, en otros aspectos, se encontraban más cercanos al neolítico europeo.
No existía la rueda, aunque sin bestias de carga y rodeados de selva no parecía una invención tan perentoria, pero sus armas estaban, fundamentalmente, confeccionadas con madera y obsidiana, una piedra volcánica. Hacia 1200 los purepecha comenzaron a fabricar algunos objetos de cobre, incluso cabezas de hacha, pero los mexicas apenas lo utilizaron en su armamento, sino más bien para ornamentos, como aretes o bezotes.
Lo que es claro, en cualquier caso, es que Mesoamérica distaba muy mucho de ser una arcadia feliz, tal y como, en cierta medida, la describía el escritor Gary Jennings en sus novelas históricas, en las que incluso relativizaba el sacrificio ritual de un esclavo chinanteca indicando que acudía gozoso a su martirio y a su descenso al inframundo. Muy al contrario, se trataba de un territorio tremendamente violento y peligroso, con rituales religiosos muy primitivos y especialmente sanguinarios.
La película de Mel Gibson, (Apocalypto 2006) lo pone crudamente de relieve. En dicha película el sacrificio de los cautivos no tiene lugar en Tenochtitlan, sino en una ciudad maya de la costa. Es un error muy común pensar que solamente en la capital de los mexicas se producían sacrificios humanos, sino que estos tenían lugar en las principales ciudades. Incluso tribus que apoyaron a Cortés los practicaban, aunque éste los prohibiese terminantemente. Fue el caso de los totonacas, que sacrificaban a niños para extraerles la sangre y hacer una pasta con ella para determinados banquetes rituales. Algo que, por cierto, no hacían los mexicas –lo de la sangre– ya que consideraban que el corazón y el líquido de venas y arterías debían ser ofrendados a los dioses.
Aunque era una práctica extendida, Tenochtitlán, cabeza de la triple alianza y la ciudad más poblada e importante, era en donde estas bárbaras tradiciones alcanzaban mayor relieve. Se estima entre 20.000 a 30.000 sacrificados anuales. Pero en determinados eventos como el año que se culminó la reforma del templo mayor o con motivo de la coronación de un nuevo huey Tatloani, podían llegar a ser hasta 80.000. Si aplicásemos una simple regla de tres, como ha hecho Marcelo Gullo, nos daría que 20.000 al año con la población actual de México supondría cargarse todos los años a más de medio millón de personas y 20.000 es, como decimos, una cifra muy conservadora.
Otro error es pensar que los sacrificios solamente se realizaban con guerreros enemigos y únicamente se les extraía el corazón y se decapitaban. Había sacrificados de toda clase y condición. Podían ser niños, adolescentes, adultos, ancianos, hombres, mujeres, esclavos o nobles. Célebres aristócratas sacrificados fueron el último Cihuacoatl o primer ministro de Moctezuma, Tcíhuapopocatzin, además de Cihuacohuatzin, Cipocatli y Tencuecuenotzin.
Todos ellos hijos o parientes del emperador mexica y acusados de ser colaboracionistas de los españoles. En su caso fueron incinerados, ya que las formas de muerte ritual eran también muy variadas. En el caso de los nobles, no era extraño que les acompañasen en el largo viaje por los nueve niveles del Mictlan, muchos de sus esclavos y las principales concubinas e incluso las mascotas. En concreto a los perros se los degollaba con una punta de flecha, aunque algunos historiadores piensan que solo aquellos que morían de muerte natural tenían acceso a todas las regiones del inframundo.
Las causas, por tanto, de los sacrificios rituales podían ser múltiples. Aunque la mayoría tenían que ver con ofrecimiento a los distintos dioses del panteón azteca, distribuidos por los 18 meses de su calendario. De febrero a abril, hasta la llegada de la estación de lluvias, se sacrificaba fundamentalmente a niños a los que se les extraía el corazón. En otros casos los hombres o las mujeres podían ser quemados o desollados vivos, o se les dejaba morir de hambre, o podían ser asaeteados, también se sacrificaba a los participantes del juego de la pelota o se organizaban en ocasiones, con esclavos, combates a muerte.
Sin embargo, el sistema más común consistía en la extracción del corazón por parte de uno de los sacerdotes valiéndose de un cuchillo de obsidiana momento en que la víctima fallecía en medio de un baño de sangre. Entonces se le decapitaba y su cráneo pasaba a ensartarse en el tzompantli del templo junto al de otros muchos infortunados.
El cuerpo de la víctima solía cocinarse, siendo las piernas y los brazos las partes más codiciadas. Estos banquetes solían ser organizados por los nobles o por los guerreros de élite. De hecho, las denominadas guerras floridas, no eran guerras de conquista sino batallas acordadas para capturar prisioneros a los que se les sacrificaba posteriormente.
Ni que decir tiene que cuando los españoles llegan a Mesoamérica quedan absolutamente horrorizados con estas prácticas, en las que ven la mano del diablo y en consecuencia se sienten más motivados para evangelizar a los locales. Hay que tener en cuenta que en Europa habría que retroceder hasta el neolítico para encontrarse con sacrificios humanos y canibalismo ritual. Prácticamente unos 4.000 años antes de la llegada de Cortés a territorios mexicas. La malintencionada comparación de las víctimas de la inquisición con los sacrificados en Tenochtitlan puede resultar interesante para los defensores de la leyenda negra, pero no tiene ningún rigor histórico.
España no fue, ni de lejos, el país que más personas apioló por razones de rigorismo religioso. Se pueden recordar las matanzas de Hugonotes en Francia, las más de 25.000 pretendidas brujas ejecutadas en Alemania, mientras en España se habla de unos 300 ejecutados desde los Reyes Católicos hasta principios del siglo XIX, es decir menos de un ejecutado al año, de media. De todas formas, esto fue así porque tanto católicos como protestantes acabaron desvirtuando el original mensaje cristiano de misericordia, de empatía y de paz. Un mensaje que junto a la filosofía griega y al derecho romano puso las bases de la gran civilización occidental. Civilización que España fue el primer país europeo en expandir por el globo y especialmente en las tierras descubiertas por Colón, erradicando la barbarie e incorporando dichos pueblos al mayor vanguardismo del momento, el que representaba el imperio español.
Bernard Duran, El Debate, 20/10/2024