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Razón de ser de los cardenales

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    El Papa Benedicto XVI convoco el 26 de octubre el segundo Consistorio de su Pontificado que ha tenido lugar el 24 de noviembre, día en que ha nombrado 18 nuevos cardenales electores, entre ellos los actuales arzobispos de Valencia, monseñor Agustín García-Gasco Vicente, y el de Barcelona, monseñor Lluis Martínez Sistach.

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Escribe en ‘La Razón’ el nuevo cardenal Martínez Sistach

La celebración de un consistorio para la creación de 23 nuevos cardenales ha centrado de alguna manera la atención de los medios informativos sobre esta institución de la Iglesia católica.

El Colegio Cardenalicio es una institución importante de la Iglesia que tiene como finalidad proveer a la elección del Papa ayudar al Santo Padre, sucesor del apóstol Pedro, en su servicio a la Iglesia de Jesucristo, extendida de Oriente a Occidente. Esta institución como tal no consta en los escritos del Nuevo Testamento, pues su creación es posterior. Pero este hecho no significa que no sea necesaria y que no realice una labor de mucha magnitud.

La figura de los cardenales es antigua en la Iglesia. En Roma, a partir del siglo V, se dio el nombre de “cardenales” a los sacerdotes y diáconos principales y luego, a partir del siglo VIII, se extendió a los obispos suburbicarios, es decir, encargados de las diócesis cercanas a Roma. Pero desde hace siglos este título se reserva estrictamente a los miembros del Sacro Colegio que tienen la tarea de elegir al Papa y forman su consejo.

Los cardenales recordando sus orígenes y también su misión actual, están distribuidos en tres órdenes. Cardenales obispos, cardenales presbíteros y cardenales diáconos, según que sean titulares de una diócesis suburbicaria, de una iglesia en la diócesis de Roma o de una diaconía romana. Todo cardenal, sea cual sea su “titulo” específico, como obispo está llamado a tener un espíritu “vigilante” -tal es la etimología de la palabra griega “episkopos”- sobre toda la Iglesia y sobre aquella que le ha sido confiada, a ser un “anciano” (presbítero) que aconseje sabiamente y a ser un “servidor” (diácono) de Jesucristo, de la Iglesia, de todos los hombres y mujeres de la humanidad.

La razón de ser de los cardenales no es el prestigio o el poder, sino el servicio. El Evangelio nos interpela a todos los cristianos para que nuestras actitudes y actuaciones sean evangélicas. También interpela a los cardenales en el ejercicio de este servicio en ayuda del Santo Padre, como sucesor de Pedro, en su ministerio en bien de toda la Iglesia.
El Papa Benedicto XVI, en su primer consistorio para la creación de cardenales, el 24 de marzo de 2006, expuso la función propia de los mismos.

Todo cardenal -dijo- se tiene que convertir en un “servus servorum Dei”, un servidor de los servidores de Dios. Éste -como es sabido- es uno de los títulos del Papa. Un titulo muy bello, muy evangélico, un titulo que San Gregorio Magno tenía en gran estima.
Como dijo Benedicto XVI en una ocasión, “el primer Servidor de los siervos de Dios es Jesucristo”. Y después de él, y unidos a él, también lo son los Apóstoles. Y entre éstos, de una manera especial, Pedro, a quien el Señor confió la responsabilidad de, una vez convertido, “confirmar en la fe” a sus hermanos y presidirlos, servirlos y guiarlos en el amor afectivo y efectivo, a ejemplo del Señor.

Los Cardenales son, ante todo, como el senado, como el “consejo de los ancianos” o de los presbíteros que en torno al obispo de Roma le aconsejan, le ayudan y colaboran con él de diversas maneras.

Aunque el Colegio cardenalicio es cada vez mas una expresión de la catolicidad de la Iglesia, es significativo, a este respecto, que se cuide su arraigo en la diócesis de Roma, significado en el “titulo” que se confiere a cada cardenal y que le vincula a una de las parroquias de la Ciudad Eterna, con la única excepción -por decisión de Pablo VI- de los patriarcas católicos de las Iglesias Orientales que tienen como titulo el de su patriarcado.

Lo que el Papa dijo en su primer consistorio interpreto que será también la sustancia del mensaje que nos dejará en el segundo: “Que la púrpura que revestís sea siempre expresión de la caritas Christi -del amor de Cristo-, que os impulse a vivir un amor apasionado a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad”.

Esta es la razón de ser de los cardenales. Por eso, en mis primeras palabras a mis diocesanos de Barcelona, les decía que desearía que este nombramiento sea un estímulo para mí y para toda la diócesis, para llevar a cabo con confianza e ilusión el trabajo de la evangelización.

La tarea para la que la Iglesia existe y que es su razón de ser es la de ser el signo visible y eficaz de Jesucristo ante el mundo y hacer resonar en la vida de los hombres y las mujeres de hoy, el espíritu y los valores del Evangelio.

Lluís Martínez Sistach – Arzobispo de Barcelona

La Razón, 24 de noviembre 2007