Mártires: don José Polo Benito
Con otros 497, el domingo será beatificado en Roma un colaborador habitual de ABC en los años treinta: don José Polo Benito. Era el Deán de la Catedral de Toledo. Murió mártir, fuera de la muralla toledana, el 23 de agosto de 1936.
Fue un gran sacerdote, nacido en Salamanca. Muy culto; doctor en Teología y Cánones; catedrático muy temprano de la Pontificia Universidad de la ciudad del Tormes y académico de Bellas Artes y Ciencias Históricas de la ciudad Imperial, once años antes de su ejecución; inteligente y sabio. Hábil y profundo escritor: escribe en periódicos y publica diversas obras. Interviene en congresos y asambleas y destaca con su intervención en el Congreso Eucarístico Internacional de Viena.
Magistral y evangélico predicador de la Palabra de Dios, incansable trabajador del Evangelio, defensor valiente de la verdad que nos hace libres: no se arredró ni se echó atrás en el anuncio del Evangelio que es fuerza de salvación, ni su palabra estuvo encadenada. Dejó su impronta sacerdotal en su diócesis natal, en la de Plasencia y, finalmente, en la Primada, siempre con cargos eclesiales de responsabilidad. En todas ellas manifestó su caridad pastoral: su trabajo y su defensa en favor de las Hurdes de aquel entonces con innumerables obras sociales y diversos escritos, y el establecimiento, en la etapa placentina, de las cocinas de caridad en su propia casa para socorrer a las familias necesitadas, son un testimonio vivo de un buen pastor en cuyo corazón tienen cabida preferencial los pobres y en cuya mente y alma reina la pasión por la justicia. En Toledo su labor pastoral al frente de la catedral trajo una honda renovación y reanimación religiosa en el primer templo toledano.
Hombre de libertad y con autoridad moral, -la que tiene como fundamento firme a Jesucristo, la que proviene de la verdad que se realiza en el amor, la que da la verdadera entrega sacerdotal y la sabiduría que proviene de Dios-, afrontó la muerte, no sin antes encararse con sus ejecutores haciéndoles ver con palabra entera la maldad que iban a cometer: «Dios es testigo, les dijo, del crimen colectivo que van a consumar. Dios les pedirá cuenta. Él en nombre de todos les perdona». Aún le dio tiempo a don José para dirigir una cristiana exhortación a sus compañeros que con él iban a morir en aquella trágica noche martirial en que fueron ejecutados más de ochenta toledanos. Al ser exhumados sus restos el pasado mes de septiembre, su cuerpo, que estuvo depositado cuatro años en una fosa común, ha sido hallado incorrupto, tres impactos de bala en brazos y piernas y la frente junto al occipital, por el golpe con que fue asesinado, su rostro con un rictus de dolor y sufrimiento inenarrable.
Éste es aquel sacerdote que escribió varios años en las páginas de este diario ABC que tantos méritos ha acumulado en su historia y que ahora va a ser honrado con la beatificación de uno de sus colaboradores en aquellos años trágicos y difíciles. Mi felicitación a esta Casa por contar entre los «suyos» a un beato mártir. Pero también mi felicitación a todos por esos cuatrocientos noventa y ocho hombres y mujeres que son de todos, de ninguna ideología ni de ningún grupo político, -laicos, religiosas, religiosos, seminaristas, sacerdotes y Obispos, de todas las regiones y condición social-, y que como don José Polo Benito serán beatificados este domingo.
Los nuevos beatos, como señaló Juan Pablo II en su última beatificación de mártires españoles, son «modelos de coherencia de vida, constancia en la fe y espíritu reconciliador», e interceden «en el cielo por sus paisanos de hoy», nosotros, «impulsan a mantener vigorosa la savia cristiana que fecundan su historia patria» y alientan «sus esfuerzos por alcanzar cotas cada vez más altas de concordia, solidaridad y espíritu de fraternidad cristiana».
Ellos han sido y son una fuerza de la fe cristiana vivida hasta el extremo en el amor, testigos singulares de Dios vivo que es Amor en la vida de los hombres, espléndida manifestación de vida, de entrega a Dios por las causas más nobles que puedan darse: las del triunfo del amor sobre el odio, la del perdón sobre la venganza, la de la paz sobre la guerra. Nuestros mártires «son insignes colaboradores de la paz. Porque, en todo momento, ellos han servido, antes con su apostolado, y después con esa generosidad con que se entregaron a la grandeza de la convivencia humana: porque murieron perdonando, no odiando» (Cardenal Marcelo González), sin que hubiese un solo caso de apostasía de su fe en Dios que es Amor; ellos han sido y son para todos ejemplos innegables de personas con entrañas de amor y de misericordia, capaces de morir perdonando como hizo su único Señor.
Por eso son hoy y serán siempre memoria viva, llamada y signo, garantía de una honda y verdadera reconciliación, que nos marca definitivamente el futuro: un futuro de reconciliación definitiva, de paz estable, de solidaridad inquebrantable, de amor y unidad sin fisuras entre todos los españoles. Con estas beatificaciones la Iglesia también quiere promover la unión de todos, porque ellos también la promovieron. A fuer de repetirme: No odiaron, perdonaron. No tenían en la mano los resortes del poder, pero trabajaron, hasta dar su vida, para unir y para crear las bases del entendimiento entre unos y otros. Y cuando les llegó la hora suprema de la verdad, en que habían de testificar, sellaron su testimonio con su sangre derramada para el amor y el perdón.
Tuvieron, sin duda, -Dios se lo infundió- «mucho valor para sufrir, y mucho más amor para perdonar», como le exhortó una madre a su hijo sacerdote cuando se lo llevaban de casa para ejecutarlo a los pocos minutos. Ellos son de todos.
Ellos han sido los frutos o retoños más insignes de la madre Iglesia en el siglo XX, sus hijos más ilustres, las cimas más altas de humanidad en nuestras tierras en muchos años, lo mejor de nuestros pueblos. Como mártires son, además, signos vivos que nos indican donde se encuentra la verdad del hombre, su grandeza y su dignidad más alta, su realización más auténtica, su libertad más genuina, amplia y plena, y el comportamiento más verdadero y propio del hombre inseparable del amor. El testimonio de los mártires atestigua «la capacidad de verdad del hombre como límite de todo poder y garantía de su semejanza divina. Es precisamente en este sentido en que los mártires son los grandes testigos de la conciencia, de la capacidad concedida al hombre de percibir además del poder, también el deber, y por eso de abrir el camino al verdadero progreso, al verdadero ascenso». En el martirio percibimos el espacio creado por la fe en Jesucristo para la libertad de la conciencia, en cuyas fronteras se detiene todo poder, en ese espacio y realidad se anuncia la libertad de la persona que trasciende a todos los sistemas políticos. «Por haber asignado estos límites al poder fue crucificado Jesús, que con su testimonio dio testimonio de los límites del poder. El cristianismo no comenzó con un revolucionario, sino con un mártir. El plus de libertad que debe la humanidad a los mártires es infinitamente mayor que el que le hayan podido aportar los revolucionarios» (J. Ratzinger).
Todo esto, entre otras muchas cosas, nos aportan don José Polo Benito, Deán de la Catedral de Toledo y colaborador de ABC, y sus compañeros de beatificación como mártires. Ojalá que recojamos todos esta herencia de los que murieron por su fe perdonando a quienes les mataban y de cuantos ofrecieron su vida por un futuro de paz y justicia para todos los españoles.
ABC