Conversos: Etsuro Sotoo
Cuando un japonés es ateo, lo es integralmente. En su vocabulario ni tan siquiera hay palabras para designar a Dios. Por lo menos, a Dios tal como lo entendemos los cristianos.
Etsuro Sotoo es un japonés, licenciado por su país en Bellas Artes, que en 1978 se asomó, como simple turista, a la famosa catedral inacabada de la Sagrada Familia, de Barcelona, obra de Gaudí. “Era el montón de piedra más fabuloso que jamás había visto”, ha comentado. Tan prendado quedó de aquel conjunto que pidió trabajar en él, como picapedrero. Y en ese quehacer lleva 29 años aunque, obviamente, ya no como picapedrero, sino como director artístico e intérprete de la obra inconclusa del genial arquitecto catalán. Tan identificado con él, que en su país de origen es conocido como “el Gaudí japonés”.
Gaudí dejó apuntes que este japonés lleva años desentrañando su sentido; llegó un momento en que no le bastó conocer los aspectos materiales de aquella obra, sino que necesitó saber el espíritu que los informaba. Y llegó a la conclusión de que el mundo en el que se había movido Gaudí era un mundo de fe y de amor, y quiso penetrar en él. Se preguntó: ¿Quién fue el primero en hablar del amor como la esencia de la vida? La respuesta fue: Jesucristo. Y él, ateo, llegó a una conclusión curiosa: lo importante, tanto como conocer a Jesucristo, era saber cómo actuaban hoy en día sus discípulos. Y el resultado fue tan satisfactorio —es decir, no se encontró con una Iglesia tan deleznable como la que parodian los falsos progresistas— que, con 37 años, se convirtió al catolicismo. Lo mismo que Santa Teresa de Ávila encontraba a Dios entre los pucheros, Etsuro lo ha encontrado entre las piedras. Es bastante lógico que cada uno encuentre a Dios en el oficio que desempeña. San Pablo ejercía el oficio de perseguir cristianos, y allí se topó con Él.
Ahora tiene dos empeños: conseguir terminar la catedral y conseguir la beatificación de Gaudí. Maravilloso. En cuanto a lo primero, declara tener una objeción: el dinero. No que le falte sino que, por el contrario, le complica la vida el tenerlo. Parece ser que, por fin, se han obtenido ayudas y patrocinios de diversas entidades e instituciones, que permitirán concluir las obras y, según sus palabras, “el dinero complica las cosas. Crea obligaciones. En esta materia no sé actuar de forma políticamente correcta. Ni hacer publicidad. Hoy mi trabajo me obliga a hacer marketing, y eso me agota”.
La verdad, yo no sé cómo se pueda terminar una catedral sin fondos, pero la postura del japonés Etsuro respecto del dinero da que pensar. Cuenta que, aparte de su trabajo en la Sagrada Familia, una vez al año en Japón le encargan una escultura y que se traslada a China para producirla porque es el lugar más económico: “Las cosas salían bien porque los trabajadores tenían hambre. Hoy en día, los chinos ya no tienen tanta hambre y, claro, ya no trabajan tan bien”. No me digan que no es un concepto original de la relación entre el hambre y el trabajo, con la que no es muy fácil estar de acuerdo. Aunque en el fondo subyace un principio con el que sí estoy de acuerdo: cuando el dinero anda por medio se complican mucho las cosas.
Y ahora, aprovechando que esta sección en la que colaboro se titula “Quisicosas”, lo que me permite pasar de un asunto a otro sin mayor empacho, doy un salto y paso de la Sagrada Familia a los efectos perniciosos del dinero en la sociedad actual. Centrándome, por ejemplo, en el mundo del deporte. O más concretamente en el del ciclismo, que ya es rizar el rizo comenzar hablando de una conversión maravillosa, para terminar hablando de Delio Rodríguez. ¿Pero quién era ese Delio Rodríguez? Pura nostalgia para los de mi generación. Era un ciclista de los años cuarenta del siglo pasado, que llegó a ganar 39 etapas de la Vuelta a España. Y un comentarista actual lo explica así: “Eran otros tiempos. Delio Rodríguez corría para comer”. Ahora los ciclistas de élite, al igual que los tenistas, los futbolistas y los golfistas, corren —cada uno según el deporte que practica— para vender camisetas y ropa de marca, y así llegar a tener un jet privado. Y, como diría Etsuro, ya no trabajan tan bien. En eso sí que estamos de acuerdo y perdón por la digresión.
JOSÉ LUIS OLAIZOLA. ESCRITOR
MUNDO CRISTIANO octubre07