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El legado doctrinal de Benedicto XVI

El legado doctrinal de Benedicto XVI

A lo largo de su pontificado, Benedicto XVI ha dejado una serie de líneas maestras, enseñanzas y hasta expresiones que han calado en la vida de la Iglesia. Son ideas madre que han inspirado también decisiones concretas y que el Papa ha intentado inculcar a los católicos y también en sus relaciones con el mundo externo. Destacamos algunas de estas contribuciones.

“Fe y razón se reencuentran de un modo nuevo”

La idea de que fe y razón se necesitan ha sido una de las más recurrentes en el magisterio de Benedicto XVI, de modo especial en su discurso en la Universidad de Ratisbona en 2006. Allí abogó por “ampliar nuestro concepto de razón y de su uso”, para evitar la ceguera de la razón ante los criterios que le dan sentido. “Solo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizontes en toda su amplitud”. A su vez, la fe necesita el diálogo con la razón moderna.

También en el encuentro con el mundo de la cultura, en París, en el Colegio de los Bernardinos, en 2008, volvería sobre este tema: “Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves”.

“La dictadura del relativismo”

En la homilía que pronunció en la Misa al comienzo del cónclave, como Cardenal Decano, apareció ya la expresión “dictadura del relativismo”, que posteriormente se haría célebre.

“Cuántas doctrinas hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántos modos de pensar… (…) Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es constantemente etiquetado como fundamentalismo. Mientras el relativismo, es decir el dejarse llevar ‘de aquí hacia allá por cualquier viento de doctrina’ [Ef. 4, 14], aparece como la única aproximación a la altura de los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el yo y sus deseos”.

“Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. ‘Adulta’ no es la fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es la fe profundamente radicada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo aquello que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre engaño y verdad”.

Durante su pontificado, ha repetido muchas veces que el hombre es capaz de la verdad y debe buscarla. La verdad necesita criterios para ser verificada y debe ir unida a la tolerancia. Pero el peligro hoy día es que “en nombre de la tolerancia se elimine la tolerancia”. Por ejemplo, declaraba en el libro Luz del mundo, “cuando en nombre de la no discriminación se quiere obligar a la Iglesia católica a modificar su postura frente a la homosexualidad o a la ordenación de mujeres, quiere decir que ella no debe vivir más su propia identidad y que, en lugar de ello, se hace de una abstracta religión negativa un parámetro tiránico al que todo el mundo tiene que adherirse”…

Aceprensa

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