MI ENCUENTRO CON JESÚS RESUCITADO
Nuestro Párroco nos ofrece una meditación sobre cómo nos acercamos personalmente a Jesús resucitado.
“Por eso, di a la casa de Israel: “Esto dice el Señor Dios: No hago esto por vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, profanado por vosotros en las naciones a las que fuisteis. Manifestaré la santidad de mi gran nombre, profanado entre los gentiles, porque vosotros lo habéis profanado en medio de ellos. Reconocerán las naciones que yo soy el Señor —oráculo del Señor Dios—, cuando por medio de vosotros les haga ver mi santidad. Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios.” (Ezequiel 36, 22-28).
Escuchando estas palabras, podríamos pensar que se lo dice el Señor a sus discípulos y sin embargo se dijeron siglos antes, por el profeta Ezequiel. Si uno lee las notas de la traducción oficial de la Biblia en español, cuando habla del libro del profeta Ezequiel, nos dice que el mensaje del libro: “abarca problemas e inquietudes variadas, pero está conducido por una preocupación central: infundir esperanza en una comunidad nacional y religiosa que se ha visto sometida a una grave crisis, ética, religiosa y política. La conversión será una condición necesaria para un nuevo futuro del pueblo.” Un libro escrito en el siglo VI A.C. y que parece tener una actualidad asombrosa. Un profeta en el exilio de Babilonia que quiere infundir esperanza. Pues es sin duda signo de los acontecimientos que suceden tras la Resurrección de Jesús. Los discípulos decepcionados y necesitados de esperanza. Y el Señor les devuelve algo perdido y se traduce en la alegría que experimentaron y en la esperanza retomada, aun cuando los acontecimientos externos no eran favorables. Además, todo ello se incrementará con la llegada del Espíritu Santo. Tienen que reconocer la santidad de Dios quien ha resucitado a Jesús. Tienen que volver a proclamar la santidad de Dios ensalzando su Santo Nombre. El derramará un agua que purificará, el Bautismo, e infundirá un Espíritu que transformará el corazón de piedra en uno de carne, uno lleno de amor, y hará que caminen según sus preceptos. Qué actualidad tienen esas palabras con 600 años de diferencia. El Señor es quien hace todo el trabajo, quien nos renueva y purifica, quien nos da la ayuda para seguir sus preceptos. Nos convierte en testigos de las maravillas que obra en nosotros para que proclamemos la santidad de Su Nombre. ¡Cuánto le necesitamos!
Pero eso me hace recordar varias cosas. Una, la alegría que experimentaron los discípulos tras su Resurrección; otra que nos transforma con los sacramentos, especialmente con el agua que renueva (bautismo) y la sangre que purifica (Cuerpo entregado y Sangre derramada); además nos da Su Espíritu que nos conduce por el camino a la verdad y da la vida eterna y, por último, nos convierte en sus testigos ante el mundo del hombre nuevo en que nos convierte. Pero todo lo hace El.
El salmo 50, conocido como el salmo miserere y prototipo de oración bíblica para pedir perdón por nuestros pecados, nos dice: “Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso. Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.” Vemos que ahonda en las mismas ideas: recuperar la alegría de la salvación; la conversión a través de la creación de un corazón nuevo; la renovación personal por Su Espíritu y como consecuencia la transformación en testigos de sus maravillas enseñando el camino a otros. Los efectos del encuentro con Jesús resucitado ya estaban revelados desde antiguo y ahora se hacen realidad. La diferencia está en que allí eran solicitados y ahora están conseguidos. Eso si cada uno tiene que hacerlos realidad en su vida y esto depende de que quiera cada uno. Entonces era una petición y hoy es una realidad. Entonces ¿por qué sigo igual y no lo noto? Has de preguntarte cuánto le pides al Señor que se haga realidad en ti y si le pones obstáculos o no dependiendo de si haces su voluntad o la tuya.
Si vemos cuándo y cómo surge la alegría en los diferentes personajes tras la Resurrección nos encontraremos en principio con el desconcierto por una tumba abierta y vacía, ante la que no hay explicación. ¿Cómo sucedió si había soldados? Los primeros anuncios a María Magdalena y las otras mujeres, (siempre hay una líder por ser la que más amaba) no se entendieron, hasta el encuentro personal cuando María escucha su nombre pronunciado por una voz familiar. ¡Qué alegría! Momento único e inolvidable. Todo en lo que había creído no había desaparecido. Alegría por ser cierta la Salvación, en este caso confirmado por el Dios vivo, y que ocurrió en un instante. Aquello en lo que me había embarcado fiándome de Jesús es cierto, pensaría María. Son sentimientos solo comprensibles por quien los ha experimentado alguna vez. Y como consecuencia debe anunciar este acontecimiento a los discípulos, pero no se quedaría solo en ellos, convirtiéndose ella misma en testigo privilegiado del mensaje vivo de Jesús. Los de Emaús, en cambio, iban de vuelta a casa descorazonados, y eh aquí que un extraño, que aparentemente no sabía lo sucedido en Jerusalén, empieza a hablar y sus corazones empieza a enardecerse, como cuando escuchaban al Maestro, pero no lo identifican. Ni siquiera son conscientes de su transformación, porque se hace lentamente. Solo saben que están a gusto escuchando que la Escritura tiene un sentido profundo y atemporal, pero no caen en la cuenta hasta la fracción del pan, hasta la celebración de la Misa, diríamos hoy, y es que Dios se les hace presente a través de la Palabra y de la Eucaristía, lugares privilegiados para el encuentro con el Señor, si bien es paulatino y no de golpe. Su alegría se hace patente al reconocerle, pero su corazón ya les anunciaba lo que no eran capaces de interpretar. A veces, Dios habla claro, pero no le vemos. Los discípulos le reconocen con las llagas al entrar en la sala donde se esconden, no necesitan preguntar, hay signos inequívocos y todo está dicho. El alma, a veces, sabe intuir más allá de los signos visibles, lo mismo que le pasó a Juan al ver los lienzos en el suelo de una tumba vacía. La noticia correría como la pólvora, pero la interpretación y el posicionamiento fue muy distinto. Los que creyeron y los que no. Esta alegría profunda, en el encuentro personal con Jesús, la encuentra el cristiano en la oración cuando se llena de confianza en Jesús. Por contraste, encontramos la tristeza de algunos que conociendo y siguiendo a Jesús no hallaron la alegría, como el joven rico, Judas o las autoridades judías. ¿Cómo es posible si Jesús es la fuente de la felicidad? Porque ellos no fueron a beber de ese agua que da Jesús sino que buscaron fuentes insalubres. Unos el dinero y otros el poder o el prestigio. Si ponemos en el lugar de Dios otro tipo de necesidades, de ídolos, de prioridades, nunca hallaremos esa felicidad y alegría profunda que solo Dios puede dar.
Dame un corazón de carne. Tendría que ser petición constante, pues vemos que no amamos profundamente aún. No sé a vosotros, pero a mí cada vez que pronuncio las palabras de la Consagración: Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros, esta es mi Sangre derramada por vosotros, me conmueve, me avergüenza y me subyuga. Que todo un Dios se entrega con todo su ser y a mí me sigue costando poner buena cara, sonreír ante el inoportuno, aguantar al pesado de turno, hacer el pequeño recado que me piden, etc. Que diferente serían las cosas si el marido se entregará a su esposa y la mujer al esposo; si no estuvieran viendo el modo de salirse con la suya; de ver cómo quedar por encima, etc. Para hacer realidad este sueño de entrega y amor necesitamos un corazón de carne, desechando la dureza de corazón, la piedra en la que nos convertimos por insensibles. Veo que lo quiero y no me veo con fuerzas de alcanzarlo. Claro, porque el que cambia el corazón es Dios. ¿Cuánto se lo pides? Querer así es don de Dios que hay que pedir.
Este es mi cuerpo que será entregado por vosotros. Ser testigos celebrando la muerte y Resurrección del Señor. Un cuerpo que alimenta y una sangre que purifica. Alegría por la salvación y tristeza cuando busco sentirme salvado por lo que poseo, por mis bienes y no por Jesús. Pero hemos visto que hay no hay seguridades y solo Cristo es mi Roca, fuente de Salvación. Los imprevistos no se dan con Cristo, fuera de Él no los puedo controlar. Yo he venido para que tengan vida y mi Cuerpo es alimento para la vida eterna dirá san Juan 6. La alegría está en Jesús resucitado y vencedor, y no en mi o en mi patrimonio. Cobran relevancia e importancia estas palabras de Jesús: Por eso no podéis servir a Dios y al dinero. No soy yo es Cristo quien vive en mí, dice San Pablo. O es necesario que él crezca y yo disminuya, dice el Bautista.
Ya sabemos dónde buscar la alegría, dónde poner nuestras seguridades, dónde buscar el alimento que nos sostiene y la sangre que nos purifica. Todo está en la Escritura y en la Eucaristía. En el encuentro con Cristo vivo y resucitado. Con ello tú también te convertirás en su testigo, cuando viviendo la transformación que Él quiere hacer en ti, para reproducir la imagen de su Hijo en tu vida te sientas impelido por el Espíritu Santo a dar testimonio de la Santidad de su Nombre
Que Dios te bendiga.
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