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EN EL NOMBRE DE JESÚS

EN EL NOMBRE DE JESÚS

Hoy nuestro Párroco nos brinda una meditación sobre el Nombre de Jesús, como siempre en audio y en texto.

“El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”. (Filipenses  2: 6-11).

Con este texto, que nos recuerda la Pasión del Señor recientemente celebrada, nos adentramos en sus consecuencias: la glorificación y exaltación de Jesús. El Padre le concede el Nombre ante quien toda rodilla se dobla en la tierra y en el cielo. Glorificación que redunda en la propia del Padre. Todo lo que hace Jesús es para Gloria de Dios Padre y nos marca el camino a seguir.

Hoy quiero meditar sobre el Nombre de Jesús.

Cuando uno lee el libro del Génesis observa que tras el Diluvio los hombres  “Dijeron: Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance el cielo, para hacernos un nombre, no sea que nos dispersemos por la superficie de la tierra”. (Génesis 11, 4). Descubrimos que la Torre de Babel no era lo importante sino el corazón de quienes la construyeron. Eran egoístas que solo pensaban en ellos, en tener un nombre sobre el resto, en conseguir cosas solo para ellos, pero no aprecian sus talentos y sus vidas como regalos procedentes de Dios. Dios castiga su orgullo y confunde su lenguaje, pero no destruye su hermosa ciudad. Ellos se olvidaron de la gratitud. Eso pasa cuando le “robamos” a Dios su mérito y nos lo adjudicamos a nosotros mismos. Algo similar le pasó a Moisés en la fuente de Meribá cuando dio a entender que el hacía brotar el agua de la piedra en lugar de dar el mérito a Dios. No darnos cuenta de los dones recibidos y pensar que es cosa propia quita la grandeza al Nombre de Jesús y no le hacemos justicia.

En el relato de la Encarnación el ángel le dirá a María “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. (Lucas 1, 31-33). El nombre de Jesús viene dado desde lo Alto y sabemos que entre los judíos el nombre determina la misión, máxime cuando Dios lo impone. El nombre determina la tarea de Jesús: El Salvador. Y a ella se dedica enteramente.

“Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo: Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos”. (Hechos 4, 8-12). No hay pues otro nombre por el que nos venga la Salvación. Y nosotros lo hemos conocido. Somos privilegiados. Los Apóstoles fueron conscientes de ello, por eso encontramos en la Escritura textos que nos hablan del poder del nombre de Jesús:

“Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré”. (Juan 14, 13-14).

“Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”. (Juan 20, 31).

“Pero Pedro le dijo: No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda”. (Hechos 3, 6).

“Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía; extiende tu mano para que se realicen curaciones, signos y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús”. (Hechos 4, 29-30).

Que textos más claros y consoladores. Marcan el camino a seguir en nuestra identificación con Cristo, en nuestro camino a la santidad.

San Pablo, por un lado, nos habla del poder infinito de Su Nombre. “Al  Nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo”, y por otro lado, nos dice cómo usarlo: “Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él”. (Colosenses 3, 17). y añade: “Así pues, ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios”. (1 Corintios 10, 31) y nos muestra el camino hacia la santidad.

El poder de Jesús se debe a que se humilló haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Lo exaltó y le dio el nombre sobre todo nombre ante quien se doblan las rodillas. Para proclamar que Jesús es Señor, para que así se dé Gloria a Dios. ¿A que invita a la humildad? ¿A pensar qué tienes que no hayas recibido? Y a la acción de Gracias y a responder usando los dones para gloria de Dios (“A ver, ¿quién te hace tan importante? ¿Tienes algo que no hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo, como si nadie te lo hubiera dado?”. (1 Corintios 4, 7).

La salvación no la merece nadie. Nuestras obras personales son inútiles para alcanzar tan inmerecido y gran premio. Solo la gracia de Cristo lo hace, y es solo su vida en nosotros, y solo esto, lo que da mérito a nuestras acciones. “Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”. (Gálatas 2, 19-20). Nuestras obras son meritorias no por lo que hacemos sino porque estando en gracia, Dios está en nosotros y vive en nosotros y El las hace meritorias por su gracia (que es la auto-comunicación de Dios a nosotros) y no lo que hagamos. No me salvo por mis obras porque esto haría inútil el sacrificio de Cristo. Y de ser así podría ganar el cielo al margen de Él, cosa imposible.

Salva del pecado y la muerte. Da vida al espíritu y redime la carne. Da vida con la palabra y los sacramentos. Nos transforma para ser hostias agradables a Dios y darle gracias con nuestras obras. Ser instrumentos para que otros le reconozcan y le alaben. Su nombre expulsa demonios pues le temen y siempre estará al lado de los que le aman.

El  Santo  Nombre  de  Jesús  nos  salva  de  innumerables  males,  y  nos  rescata  especialmente del poder  del  demonio  que  está  constantemente  buscando  la  ocasión  de  hacernos daño.

El  Nombre  de  Jesús  gradualmente  irá  llenando  nuestras  almas  con  una  paz  y  un  gozo  que  nunca  tuvimos  antes.

Piensa  en  cada  vez  que  decimos  “Jesús” con cariño y conscientemente: 1)  realizamos un  acto  de  perfecto  amor,  por  el  cual  ofrecemos  a  Dios  el  infinito  amor  de  Jesús, 2) damos  gran  gloria  a  Dios,  3)  recibimos  grandes  gracias,  4)  reconocemos nuestra pequeñez y su grandeza y 5) ejercemos nuestra vocación bautismal.

JESÚS confío en ti

En tu Nombre lo haré. De parte tuya lo haré. Me fiare en tu nombre. Que lleve la misericordia a los hombres de parte de Jesús. Compasión. Cambia mi corazón y que sea misericordioso

Hacer las cosas en su nombre y para su gloria y no para la gloria personal (que también se puede hacer invocando su nombre). No busques el halago personal de tus buenas obras, ni reconocimiento ni el mérito.

El hacia los milagros y tras su Resurrección lo hacen en su Nombre, el que tiene la fuerza, para gloria de Él y a través de El dar gloria al Padre y ser agradecidos por los dones gratuitos que nos da y la posibilidad de hacer cosas grandes por El

Misioneras Caridad cuando atienden no dan sermones a no cristianos solo le dicen que lo hacen en el Nombre de Jesús. Es llevar a Jesús a la vida de tantos a través de las obras de misericordia y de Caridad y amor.

Invoca el nombre de Jesús, no de labios solo sino con el corazón.

El Señor a Madre Teresa: -El amor de Dios por los hombres: “Cuando me entregas tus pecados, me confieres la dicha de ser tu Salvador”.

La Iglesia lo asume en sus oraciones terminando por Jesucristo Nuestro Señor.

 

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