Después de haber tenido un encuentro con Dios, o de haber ido a un retiro, o al comenzar un nuevo año, muchos me preguntan: ¿Cómo puedo crecer en mi vida espiritual? ¿Cómo puedo alcanzar ese ideal para mi vida? ¿Cómo puedo meter a Dios en mi día a día? ¿Cómo puedo hacer para que este amor de Dios que he experimentado y es tan grande, no se pierda, sino que crezca en mí cada día? Construye tu futuro.

Un gran medio para lograrlo es el plan de vida espiritual. Y esto, ¿qué es?

San Agustín se refería a la vida espiritual como a un viaje interior o a una peregrinación del corazón. Como escribió san Pablo: «somos peregrinos» (2 Cor 5,6). La peregrinación es una metáfora que nos recuerda que somos viatores, estamos de viaje en un camino al cielo. Por eso, siguiendo esta perspectiva amplia en la vida espiritual de san Agustín, te invito a que te preguntes: «¿Qué tipo de persona quieres ser de aquí a cinco o diez años? Y, ¿qué tienes que hacer “hoy” para llegar ahí?». Es decir, pensar en una meta, un objetivo, nos impulsa a luchar en el día a día, sabiendo que “hoy” estoy forjando mi futuro. Es una recomendación para proyectar nuestro futuro y, así, construir nuestro presente, recordando que somos peregrinos y debemos orientarnos hacia nuestro destino. Dentro de 10 o 20 años, vas a ser esa persona que estás construyendo hoy.

La mejor forma de predecir tu futuro es crearlo. Es sorprendente el poder que tienen los hábitos y las pequeñas acciones hechas con constancia. Se van adquiriendo virtudes, hábitos operativos buenos, que nos llevan a hacer cosas que jamás hubiéramos imaginado llegar a hacer. El plan de vida nos lleva a pensar qué cosas tengo que hacer “hoy” para llegar a ser, como se dice ahora: “la mejor versión de ti mismo”. Consiste en plantearse la vida con una meta, un destino, que nos da una orientación y nos marca nuestro día hoy.

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