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¿Una ventaja para tus hijos? ¡Cásate!

¿Una ventaja para tus hijos? ¡Cásate!

 

Pregunta recurrente: ¿Es importante para el bienestar de los hijos que sus padres estén casados? Si el interrogado se considera un individuo de pensamiento más “liberal”, probablemente le dirá que no es relevante, y justo lo contrario si es más conservador.

Así es, al menos, en el contexto estadounidense. Según refieren Bradford Wilcox y otros autores de un artículo del Institute for Family Studies sobre el tema, la proporción de sus compatriotas que se definen como “liberales” y conceden que el matrimonio de los padres biológicos incide positivamente en sus hijos es del 30%, mientras que los “conservadores” que así lo creen son el 91%.

Lo curioso, sin embargo, es que los norteamericanos con mayor nivel de estudios y de ingresos –entre los cuales predominan las ideas liberales– son precisamente quienes, en proporción, más se casan, de modo que sus hijos tienen bastantes más probabilidades, en comparación con los de los trabajadores blue collar, de tener dos apoyos en casa.

En un tuit de 2022, Wilcox resumía la paradoja de la postura antimatrimonio de los liberales de clase media-alta con una frase peculiar: “Cuando se trata de cultura familiar, nuestras élites hablan a la izquierda, pero caminan a la derecha. Son lo que llamo ‘familistas amorales’. La mayoría están casados de forma estable, y son padres muy comprometidos. Son familistas, pero evitan cualquier expresión pública de familismo”. Es, remataba, “amoral”.

Que los de clase alta sigan intercambiando anillos tiene buenas repercusiones en este segmento poblacional. Si la contrayente es graduada universitaria y tiene buenos ingresos, es más probable que el niño nacido en ese marco biparental siga disfrutándolo y no vea a sus progenitores darse la espalda.

Brecha matrimonial

Los datos muestran que existe una “brecha matrimonial” entre clases socioeconómicas. En 2019, el 84% de los hijos de madres con educación superior (y con una situación económica más vibrante) vivía con sus padres casados, una situación que experimentaba apenas el 57% de los hijos de madres que no habían terminado el bachillerato. La brecha ha ido ensanchándose durante los últimos 40 años. Según el Censo de EE.UU., desde 1980 a 2020, el porcentaje de hijos que viven solo con las madres apenas aumentó dos puntos en los hogares encabezados por una mujer con altos estudios (y, habitualmente, altos salarios): del 10% al 12%, mientras que se disparó del 17% al 29% entre los de madres que no habían ido más allá del bachillerato.

Tenemos así que donde más se ven los efectos del discurso de lo “anacrónico” del hogar fundado en el matrimonio ha sido más abajo, en las clases trabajadoras. Según una investigación de Wilcox para el American Enterprise Institute, de 2017, el 56% de los adultos estadounidenses de clase media-alta estaban casados, frente a solo el 26% de los de menos ingresos. Y es mala cosa, sobre todo para estos últimos, que se repare tan poco en la ruptura de ese modelo a la hora de examinar las causas del fracaso escolar, o de las conductas antisociales o llanamente delictivas, o del estancamiento de la movilidad social. Porque muchos analistas ponen la lupa en si el barrio del menor o del joven es cool o es el salvaje Oeste; en las condiciones económicas, y en el origen étnico (si entre los ancestros del chico hay uno que fue esclavizado en 1850, el grillete aún lo estaría arrastrando él)…

Pero de los cambios que ha sufrido la estructura familiar en las últimas décadas y de su eventual relación con ciertos retrocesos a nivel individual y social, nada. O muy poco.

Dos bolsillos, mejor que uno

Melisa Kearney es profesora de Economía en la Universidad de Maryland y autora de The Two-Parent Privilege: How Americans Stopped Getting Married and Started Falling Behind (2023). Al referirse a este pasar de largo ante el declive de hogar matrimonial, la experta utiliza la metáfora del “elefante en la habitación”: todos saben que la desestructuración de la familia y la ausencia de compromiso de los miembros de la pareja tienen algo que ver con el aumento de la brecha de ingresos y el alejamiento del American Dream, pero muchos prefieren no mencionar el tema.

Según la Oficina del Censo, en 2019, las familias monoparentales encabezadas por una mujer tenían cinco veces más probabilidades de caer en la pobreza que los hogares biparentales

“Es más cómodo –dice– hablar de elementos de desigualdad, de amenazas a la movilidad social y de intervenciones políticas que están fuera de la órbita de las relaciones familiares”.

Una derivación de esto, pese a que algunas corrientes políticas y lobbies confieren un inexplicable “toque de distinción” a las familias monoparentales, es que el cabeza de familia –la madre en la gran mayoría de los casos– no encaja en el ideal hollywoodense de progenitor soltero de éxito que vive con desahogo, sino que experimenta más apuros en la crianza de sus hijos. Por supuesto, señala Kearney, algunas de las madres solas y sus familias disfrutan de buena seguridad económica y abundancia de recursos, “pero en su mayoría, las madres que crían a sus hijos sin una segunda figura paterna en casa enfrentan multitud de dificultades, desde las ya vistas, como tener que sostener a la familia financieramente como cuidadoras primarias, hasta las menos visibles, como no tener a nadie que las releve cuando se sienten cansadas o caen enfermas, o para conversar sobre los problemas del día cuando los niños se van a dormir”.

Sobre el factor económico específico, algún apunte. Primero, lo obvio: el suelo de un hogar encabezado por un matrimonio, con sus dos entradas salariales, suele temblar menos que el de uno monoparental, por más que el progenitor no conviviente haga llegar puntualmente una pensión alimentaria.

La pobreza suele acechar más en este último caso. Según la Oficina del Censo, en 2019, las familias monoparentales encabezadas por una mujer tenían cinco veces más probabilidades de caer en la pobreza que los hogares biparentales. Solo un 4% de las familias de este segundo grupo vive en esta situación, frente al 22,2% de las del primero.

Es lo esperable: no es fácil para un solo bolsillo cubrir gastos de alimentación, vestimenta, material escolar, actividades extraescolares… “Los hijos son caros”, recuerda Kearney, y cita estadísticas gubernamentales: en promedio, los estadounidenses dedican más de 13.500 dólares al año a cada hijo. Y en esto, evidentemente, salen ganando los que tienen padres casados o ricos.

Según el informe “Gastos de las familias en los hijos” (2017), del Departamento de Agricultura de EE.UU., una familia formada por un matrimonio y dos hijos de cinco y 16 años dedican, a manutención y otras necesidades, 26.630 dólares (13.300 dólares por niño) al año; un monto que los hogares monoparentales no pueden permitirse: en total, reservan para estas partidas unos 19.400 dólares (9.700 dólares por cada hijo). (…)

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