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Para encontrar el Norte (3/…): El Dios bueno y el mal

El hombre es un buscador, pero necesita una brújula para encontrar su norte.

Desde el principio se hace preguntas sobre cuestiones decisivas: sobre la vida y la muerte, el futuro y el destino, el sentido, y en el fondo sobre Dios. Y resulta que Él ha salido antes al paso y ofrece las respuestas-brújula. Buscamos muchos “cómo” y muchos “porqué”, aunque deberíamos preguntarnos más el “para qué”, es decir, el sentido y la finalidad de lo que nos ocurre.

En estas entregas las preguntas de la vida son formuladas por Barto, en recuerdo de aquel Bartolomé que preguntó al Señor ¿de qué me conoces?, alternando con Lidia aquella que recibió la luz de la fe escuchando a Pablo: la primera mujer cristiana de Europa que supo transmitir luego a su casa y a sus amistades. Las respuestas vienen de Pedro, que sabe dar razón de la esperanza cristiana como pedía a los primeros cristianos aquel pescador de Galilea.

Las respuestas no pretenden exponer todos los aspectos de la fe cristiana o de las paradojas humanas sino los más elementales, a fin de impulsar un comportamiento sensato y cristiano en una sociedad antropocéntrica que se olvida de Dios, de Jesucristo, y del Evangelio proclamado por la Iglesia. Comencemos pues a preguntar y a responder.

I. EL DIOS BUENO Y EL MAL

Barto:

Bien, pero ¿cómo puede haber una relación de amistad entre un Dios infinito y cada persona?

Pedro:

-Siguiendo con los salmos podemos advertir que Dios no se relaciona propiamente con masas sino con personas determinadas, una a una. Otra vez aparece en el trasfondo la imagen de una madre o un padre que tratan de modo particular a hijos muy distintos, hasta el punto de que cada uno puede pensar que es el preferido.

Y es que os cuesta convenceros de que Dios es un ser personal con quien podéis relacionaros con una intimidad total. El salmo 116 expresa esa relación personal del hombre con su Dios, dado que el hombre no queda diluido en la masa social. Por eso exclama:

«Amo al Señor, porque él escucha

el clamor de mi súplica,

porque inclina su oído hacia mí,

cuando yo lo invoco.

Los lazos de la muerte me envolvieron,

me alcanzaron las redes del Abismo,

caí en la angustia y la tristeza;

entonces invoqué al Señor:

“¡Por favor, sálvame la vida!”.

El Señor es justo y bondadoso,

nuestro Dios es compasivo;

el Señor protege a los sencillos:

yo estaba en la miseria y me salvó.

Alma mía, recobra la calma,

porque el Señor ha sido bueno contigo».

Jesús Ortiz