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Para encontrar el Norte (2/…) ¿Quién no ha pensado en cómo se puede querer a un Dios que castiga?

El hombre es un buscador pero necesita una brújula para encontrar su norte.

Desde el principio se hace preguntas sobre cuestiones decisivas: sobre la vida y la muerte, el futuro y el destino, el sentido, y en el fondo sobre Dios. Y resulta que Él ha salido antes al paso y ofrece las respuestas-brújula. Buscamos muchos “cómo” y muchos “porqué”, aunque deberíamos preguntarnos más el “para qué”, es decir, el sentido y la finalidad de lo que nos ocurre.

En estas entregas las preguntas de la vida son formuladas por Barto, en recuerdo de aquel Bartolomé que preguntó al Señor ¿de qué me conoces?, alternando con Lidia aquella que recibió la luz de la fe escuchando a Pablo: la primera mujer cristiana de Europa que supo transmitir luego a su casa y a sus amistades. Las respuestas vienen de Pedro, que sabe dar razón de la esperanza cristiana como pedía a los primeros cristianos aquel pescador de Galilea.

Las respuestas no pretenden exponer todos los aspectos de la fe cristiana o de las paradojas humanas sino los más elementales, a fin de impulsar un comportamiento sensato y cristiano en una sociedad antropocéntrica que se olvida de Dios, de Jesucristo, y del Evangelio proclamado por la Iglesia. Comencemos pues a preguntar y a responder.

 

I. EL DIOS BUENO Y EL MAL

Barto:

¿Quién no ha pensado en cómo se puede querer a un Dios que castiga?

Pedro:

-Dios ha mostrado infinita paciencia con los hombres desde siempre, como un buen padre que educa a sus hijos en la rectitud. La historia del pueblo judío transcurre como un conjunto de sucesos guiados por la Alianza de Dios con el pueblo que ha elegido y formado. Muchas veces ese pueblo no ha sido fiel al Pacto; ha pecado apartándose de Dios que se sirve de sus enviados, primero los patriarcas y después los profetas, para que recapaciten. También se sirve de episodios tan tristemente humanos como las guerras invasoras de otros pueblos o de otros desastres para que ese pueblo suyo recapacite y se vuelve a Él.

Con esos instrumentos y sucesos Dios desarrolla una tarea permanente de formación en el monoteísmo, dado que los imperios y culturas de entonces cayeron en el politeísmo. Esta fue durante muchos siglos la tentación habitual para el pueblo judío: aficionarse a otras religiones con sus ritos y sus dioses, siempre más cómodos que la religión de la Alianza.

Resulta en verdad interesante que muchos salmos insistan en el monoteísmo, en la grandeza del Dios de Israel incomparable con los ídolos fabricados por los hombres. Lo expresa bien el salmo 115 que proclama la presencia y providencia de Yahvé, el Dios vivo, que bendice a su pueblo, esperando tantas veces a que recapacite de sus extravíos:

«No nos glorifiques a nosotros, Señor:

glorifica solamente a tu Nombre,

por tu amor y tu fidelidad.

¿Por qué han de decir las naciones:

“Dónde está su Dios”?

Nuestro Dios está en el cielo y en la tierra,

él hace todo lo que quiere.

Los ídolos, en cambio, son plata y oro,

obra de las manos de los hombres.

Tienen boca, pero no hablan,

tienen ojos, pero no ven;

tienen orejas, pero no oyen,

tienen nariz, pero no huelen.

Tienen manos, pero no palpan,

tienen pies, pero no caminan;

ni un solo sonido sale de su garganta.

Como ellos serán los que los fabrican,

los que ponen en ellos su confianza».

Jesús Ortiz