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La Sábana Santa

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Recogemos aquí algunos datos sobre la Sábana Santa. Hay ya muchas publicaciones donde se habla con todo detalle de la historia, del recorrido a lo largo de los siglos por los diversos países hasta llegar a Turín, y de los diversos estudios científicos que se han hecho (médicos, físicos, etc.). Aquí pondremos algunos, que nos sirvan de recuerdo, que se pueden contrastar con las diversas publicaciones.

Historia del itinerario.

La historia de la Síndone en los primeros siglos, como es lógico, no es conocida con los detalles y la seguridad que tenemos en los siglos posteriores. Incluso hay opiniones o pareceres diversos.

Hasta el s. VI, las imágenes sobre Cristo eran muy distintas entre sí, y también con relación a las que se conservan a partir de esa época. A partir del s. VI hay ya gran parecido en todas: rasgos comunes que, curiosamente, coinciden con la expresión del rostro del “hombre de la Síndone”.

Se piensa que la Sábana Santa –o Síndone, si no quiere prejuzgarse que efectivamente se trate del lienzo que envolvió a Nuestro Señor – hasta el s. VI estuvo perdida – es decir, en paradero desconocido–, y reapareció en esa época en Edesa (hoy Urfa, en Turquía). Se ha dicho que posiblemente fue enviada allí siglos antes por uno de los primeros cristianos, como reliquia del Señor, para que curara el rey de Edesa, enfermo de lepra. Habría sido enviada doblada –o se conservó así–, dejando visible sólo la cara, pues se consideraba intocable el Sudario.

Según algunos investigadores (por ejemplo, ver el libro del Santo Sudario de la señora Corsini), el rey de Edesa, Abgar V el Negro, era contemporáneo de Nuestro Señor. Envió emisarios a buscar a Jesús para que le curara de la lepra. Según datos que se aportan en ese libro, el Señor le habría hecho saber que le enviaría a un discípulo suyo. Abagar se curó de la lepra y se convirtieron él y todo su reino, de modo que Edesa habría sido la capital del primer reino cristiano de la historia.

El lienzo habría llegado tiempo después de la Resurrección, traído por San Judas Tadeo, según la leyenda; según otros, habría sido un discípulo llamado Aday.

Para otros, los discípulos, tras la Resurrección del Señor, habrían recogido la Sábana y la habrían guardado en Jerusalén hasta el asedio de Tito, el año 70. La guardarían en secreto, porque las leyes judías impedían o prohibían tocar objetos que hubieran estado en contacto con los muertos, bajo la pena de impureza legal. Habría llegado a Bizancio tras la caída del Imperio romano de Occidente.

El lienzo, tras la apostasía de un sucesor de Abgar V, se escondería en las murallas de la ciudad y, en el año 525, coincidiendo con la invasión de los persas, se encontró, y se veneró hasta el año 944, en que tras una guerra fue arrebatado y llevado a Constantinopla, pues los bizantinos eran muy amigos de las reliquias y querían ese rostro “no hecho por mano de hombre”.

En Constantinopla permaneció hasta que en 1204, tras la IV Cruzada, los Templarios la llevaron a Francia. Se cree que debieron ser ellos porque en la casa madre de la orden, en Inglaterra, se encontró una pintura idéntica a la cara del “hombre de la Síndone”. En Constantinopla ya se enseñaba el lienzo desdoblado, en la Basílica de Santa María Blanquerna.

Según otras fuentes, en 1208 era propiedad del obispo de Besaçon, y se veneró en la Catedral de Saint-Étienne hasta 1349. Hubo un incendio y desapareció. Ocho años después está en manos del Conde Godofredo de Charny, donada por el rey Felipe V de Valois. Charny la depositó en la Colegiata de Lirey.

Tras diversos cambios de “dueños”, la viuda de Humberto de la Roche, Margarita de Charny, la donó en 1452 a la esposa del Duque de Saboya, Ana de Lusignan, que construyó una iglesia en Chambery para alojar la Sábana Santa (1490). Años después, en 1532 se produjo un incendio en la iglesia y se quemó un poco, por unas gotas de plata fundida de la urna en que se encontraba, quemando los picos de la tela que estaba doblada, aunque sin dañar la imagen central. Las Clarisas de Chambery la remendaron, utilizando unos trozos de tela claramente diferenciables de la Síndone.

En 1578 está ya en Turín, en la capital del Ducado de Saboya, donde aún se encuentra, en la Catedral;  en la capilla construida por Guarini desde 1694.

La famosa fotografía del abogado Secondo Pía es de 1898, del 25 de mayo. Se hizo la ostensión y la foto con motivo de la boda de Víctor Manuel III, con exposición de 20 y 30 minutos y placas de oxalato de hierro que se revelaban en baños de hiposulfitos.

El Papa León XIII fue el primer pontífice en ver la fotografía. En s. XX la Sábana ha sido expuesta sólo 4 veces.

La “fotografía”.

La Sábana en sí es un negativo del hombre que estuvo envuelto en ella. Si fotografiamos la Sábana, el negativo sería el verdadero positivo. En la Sábana, la imagen que aparece está invertida –lo que aparece en la izquierda en la realidad o positivo estaría en la derecha, y viceversa–, y lo que aparece negro corresponde en realidad a lo blanco. Solo esto es suficiente para probar que la Sábana Santa no puede ser un fraude (una pintura hecha en la Edad Media), porque en época medieval no se conocía la técnica fotográfica.

Características de la Sábana Santa.

Es una pieza de 4,36 por 1,10 m, de una sarga de lino. Es una sarga trenzada de cuatro, en espiga, o espina de pescado. En Europa no se fabricó sarga hasta el s. XV; como la Síndone está en Europa desde el s. XIV, ha de proceder de otro sitio. En Palmira, al este de Damasco, se producían sargas de lino y se exportaban a Jerusalén.

Los datos anatómicos y “forenses”.

Son abundantísimos y de un enorme interés. Aquí señalamos sólo algunos.

En la parte central, lado izquierdo mirando de frente, aparece la imagen anterior de un cuerpo completamente desnudo, y por el otro, a la derecha la imagen posterior. Ambas se unen por la cabeza.

Corresponde a un hombre de 1,80 a 1,83 de estatura, de rasgos semíticos, con la nariz larga y fina, boca oculta en parte por el bigote, firmemente cerrada; los ojos grandes y hundidos, los cabellos abundantes y lacios, peinado con raya en medio, melena larga y bigote, y barba partida ligeramente en dos (recuerda la frase la Escritura, “mesaron mi barba”; es decir, me arrancaron la barba). Labios finos, no en exceso.

Da impresión de serenidad. Se ha dicho que no parece el rostro de un hombre muerto, ni siquiera el de un hombre dormido: su expresión es como de una intensa concentración espiritual y profunda serenidad: de una majestad inigualable y de una estable y dramática paz. Los ojos cerrados no expresan desfallecimiento: reposan, no desfallecen, sino que esperan; su mirada traspasa los párpados cerrados.

La mejilla derecha está golpeada, el cartílago de la nariz roto (tal vez por alguna de las caídas del Señor cargado con la Cruz) y el pómulo hinchado (posiblemente por el golpe con la mano izquierda –los judíos eran zurdos, acostumbrados a escribir con la mano izquierda, de derecha a izquierda – del siervo que le dijo al Señor: “¿Así contestas al Pontífice?”, y le golpeó, Ju 18,22). La frente es cuadrada y espaciosa.

La corona de espinas no es una corona sino un casquete que cubre toda la cabeza. Era un arco de juncos en el que se apoyaba el entramado de ramas espinosas. En la frente hay un reguero de sangre en forma de la letra griega “épsilon”, como un 3 vuelto hacia la derecha. Esa forma se debe a las arrugas de la frente por el dolor, que impide que la sangre baje en línea recta. En el resto de la cara hay restos de sudor de sangre (recordemos el sudor de sangre o hematohidrosis en el Huerto de los Olivos la noche anterior).

La espalda y los hombros están materialmente destrozados por la flagelación y por el madero de la Cruz que cargó sobre ellos: era un travesaño (patibulum) de unos 40 kg. atado sobre los dos hombros. De la Torre Antonia, donde comenzó cargado con la Cruz, hasta el Calvario hay unos 500 metros, 370 por calles mal empedradas, y el resto cuesta arriba. También hay tierra caliza, como la de Palestina, en la nariz, las rodillas y la planta de los pies.

Se pueden contar hasta más de cien golpes de látigo (por la espalda y delante), con los flagelos romanos, que tenían bolas de plomo en las puntas que se clavaban en la piel y la arrancaban.

Las manos son largas y finas pero fuertes. No tan manchadas de sangre como los pies, por la posición en la cruz. Hay un agujero de un clavo en el carpo (no en la palma de la mano o metacarpo, pues en esa zona no aguantaría el peso del cuerpo), en el llamado espacio de Destot, entre dos de los huesos del carpo. Pero por esa zona pasa el nervio mediano, de gran sensibilidad, y al estimularlo retrae el dedo pulgar al que inerva (por eso en la Síndone se ven cuatro dedos de las manos, no cinco: el pulgar no se ve, está girado hacia la palma de la mano y cubierto por ella).

En los antebrazos hay regueros de sangre en dos direcciones: una corresponde a la posición del cuerpo, con las piernas algo flexionadas, sosteniéndose sobre todo con los clavos de las manos, y con los brazos extendidos. Pero como en esa postura el crucificado no puede inspirar el aire, tiene que elevarse para hacerlo y entonces los brazos están más horizontales al suelo y la sangre cae en otra dirección; enseguida, el dolor del clavo en los pies le obliga a dejarse caer de nuevo, y así sucesivamente. Al final, la muerte será por asfixia, a la que se une la hemorragia y el dolor que ocasiona un shock (dilatación de las arterias, bajada de tensión, parada cardiaca). El Señor murió a las tres horas de ser crucificado. Las manos están rozadas en el dorso, por el roce con la cruz al “subir” y “bajar” para intentar respirar.

En el costado hay una herida, pero en la parte derecha del esternón. Las dimensiones corresponden a la anchura de las lanzas romanas (4,5 por 1,5 cm.). Los bordes están flácidos, como indicando que ya había muerto cuando le clavaron la lanza. Probablemente fue hecha a caballo, con la mano izquierda según las leyes de la esgrima romana: los soldados romanos atacaban por la derecha, porque el lado izquierdo, el del corazón, lo protegían con el escudo. La herida está abierta en ángulo recto con la vertical, junto a la 6ª costilla, llegando hasta la aurícula derecha. Salió sangre y agua (en la aurícula derecha hay sangre en una persona muerta); el agua propiamente es el líquido pericárdico que rodea al corazón. “Mirarán a Aquél al que traspasaron”, profetizó Zacarías cinco siglos antes (Zac. 12,10).  Pero recordemos que el Señor había dicho, “Yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita. Soy quien la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla” (Jun 10,17-18)

En los pies está el agujero del clavo entre el 2º y el 3º metatarsiano. Los pies están llenos de sangre, excepto el lugar del talón en el que apoyaron los dedos de las manos que portaron al Señor al bajarlo de la Cruz y llevarlo al sepulcro.

La pierna izquierda está algo más corta que la derecha, por haber estado algo doblada al clavarse sobre la derecha. Por el rigor cadavérico –mayor por la deshidratación– no se podían estirar bien las piernas.

En resumen, puede decirse que los datos médicos indican que el hombre de la Síndone murió en una cruz; los datos que aporta la Sábana coinciden con los datos que conocemos de la Pasión del Señor. Esos datos no se pueden reproducir en el s. XIII.

Otros detalles interesantes son que el cuerpo que cubrió esa Sábana, fue enterrado y amortajado, cosa rarísima en aquellos tiempos entre los crucificados. Además, el amortajamiento fue incompleto: no se lavó el cadáver. Y el hombre de la Síndone fue alanceado, pero no quebrado. Y el cuerpo o fue robado –lo que en el caso del Señor no fue posible, por la custodia, por el temor de los Apóstoles, por el respeto de los judíos a los difuntos, y porque se habría desgarrado el sudario al separarlo del cuerpo pegado a él– , o resucitó…

Otros datos de estudios científicos de la Síndone.

En 1973, el profesor Max Frei, botánico y criminalista, experto en pólenes, observó que el 10% del peso de la tela se debía a materia añadida a lo largo de los siglos (esto solo puede modificar los resultados de la prueba de antigüedad hecha con el C14). Encontró 59 especies de pólenes diversos. De ellos, el 75% corresponde a plantas que no se dan en Europa, y coinciden con zonas donde ha estado la Sábana Santa antes del s. XIII: plantas alofitas de zonas desérticas; algunos de Turquía y Jerusalén. Por ejemplo, hay dos pólenes idénticos a los encontrados en el Mar Muerto, de hace 2000 años (cuevas del Qumram, etc.).

En 1970, los doctores en Física Jackson y Jumper, de las Fuerzas Aéreas de los EEUU, llevaron a cabo proyecto de investigación en el que descubrieron la tridimensionalidad de la imagen de la Sábana Santa, utilizando un microdensímetro electrónico que utilizan para las fotografías que se hacen de Marte. Vieron que según la mayor o menor proximidad de cuerpo a la tela, la huella es más intensa donde contacta más con el cuerpo. Hicieron unas 300 pruebas de espectometría y unas 5000 fotografías (con luz visible, ultravioleta, infrarrojos, Rayos X y Rayos gamma). Y las conclusiones que obtuvieron fueron:

Hay restos abundantes de sangre humana, del grupo AB (averiguado con fluorescencia de antígenos), típica de la raza hebrea, mientras que sólo se da en un 3% en el resto del mundo. La localización de la sangre es correcta anatómicamente.

Es interesante saber que ni aparece pintura ninguna añadida a la tela: no hay ningún pigmento artificial. Lo único que aparece son restos de mirra y áloe, y pequeñas partículas de óxido de hierro que pueden proceder de la fermentación del lino.

Solo algunas fibras aparecen decoloradas, como sometidas a una radiación. Y esa decoloración es la que forma la imagen: se considera que es por oxidación de la celulosa del lino: según han dicho científicos de la NASA, la decoloración o color amarillento es por una deshidratación producida –dicen – por una posible emisión de energía intensísima pero breve.  Unas fibras están más oscurecidas que otras, según hayan tenido una mayor o menos oxidación. Y están más oscurecidas las que se encuentran más cerca del cuerpo que cubrió la tela. Si hubiera habido radiación –lo que no se puede probar – esto también alteraría el C14, porque parte de la molécula de Carbono normal o C12 pasaría a C14.

El agua y el calor del fuego no afecta a la imagen. La impronta es invisible a menos de dos metros: en la hipótesis no probada de que la hubiera pintado alguien, tendría que haberla pintado al menos desde esa distancia.

Por tanto las características de la imagen son:

  • es tridimensional;
  • negatividad (es un negativo fotográfico);
  • superficialidad (en el sentido de que no hay alteración de las fibras profundas);
  • ausencia de pigmento o pintura;
  • estabilidad térmica;
  • no direccionalidad (no pinceladas): el “foco” es el propio cuerpo;
  • estabilidad química: no puede quitarse el oscurecimiento de las fibras con reactivos químicos;
  • estabilidad al agua, y
  • pormenorización: muy rica en detalles.

En cuanto a los últimos estudios realizados para analizar la antigüedad de la tela con el C14, en 1988, un laboratorio de Arizona, otro de Oxford y otro de Zurich, llegaron a conclusiones equivocadas según los mismos investigadores comunicaron en un segundo momento, porque no se habían observado correctamente los protocolos de la prueba: el trozo de tela utilizado estaba impregnado de sustancias que aumentaban la cantidad de carbono, por las huellas de las manos, por el agua y el fuego del incendio anterior, humo de las velas, polvo, pólenes… El profesor Libby, inventor de la prueba del C14 y Premio Nobel de Física, se opuso a aplicar esta prueba a la Sábana Santa, porque sabía que el nivel de contaminación falsearía los resultados.

El C14 es una variante del C12, que es el carbono corriente. El C14 tiene dos neutrones más en el núcleo. Se produce en las capas altas de la atmósfera. Todos tenemos una pequeña parte de C14 (un átomo por cada 5.000 millones de átomos de C12). La desintegración del C14 es muy lenta, por eso sirve para ver la edad de un determinado objeto: se reduce a la mitad en algo más de 5.000 años. La prueba la hicieron quemando un trozo de la tela y midiendo la cantidad de C14 en un acelerador de partículas.

En todo caso en el estudio científico de la Sábana Santa se pueden distinguir tres aspectos: lo que se refiere a la tela, lo que se refiere a la imagen y lo que se refiere al personaje. Se ha tratado de averiguar la edad de la tela. En el hipotético caso de que la tela fuera del siglo XIV quedaría por explicar cómo se ha formado ahí la imagen y quién sería entonces el personaje.

El que en esos años era Cardenal de Turín, el Cardenal Ballestrero, aceptó el resultado de la prueba antes de que se hiciera una valoración científica del resultado, quizá por la presión mediática de esos momentos. Dio por oficiales los resultados que luego fueron denegados por los propios científicos, pero ya la falsedad de la edad de la tela se había difundido.

“Entró el otro discípulo… vio y creyó” (Ju 20,8).

Terminamos con este versículo del evangelio de San Juan sobre la resurrección del Señor. Poco antes nos dice San Juan que cuando llega al sepulcro Pedro, “entró y vio los lienzos caídos, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado en un sitio” (20,7). Y luego entró Juan y “vio y creyó”. Lo que vio es lo que describe en el Evangelio: que la Síndone –los lienzos- estaba “flácida”, caída, vacía, no contenía el cuerpo. Si hubieran robado el cuerpo del Señor la Sábana no estaría así, “vacía”, sino de cualquier otra manera, o incluso no estaría, pero no “ordenada” pero sin el cuerpo del Señor.

Información preparada por Real Oratorio del Caballero de Gracia

Incluimos a continuación un vídeo del P. Loring, S.J. sobre La Sábana Santa

Ver vídeo pinchando:  AQUÍ