Rosarios normales para gente normal
“¡Qué callado te has levantado esta mañana, hijo! No has dicho ni una palabra. ¿Estás enfadado? ¿Te ocurre algo?”… El niño se levanta de la mesa en que desayuna y señala a su madre el camino del salón. Una vez allí, por gestos la invita a sentarse, y, tras un leve carraspeo, le dice: “Es que no me parece respetuoso hablar contigo mientras me visto o desayuno. Si quieres que hablemos, debemos hacerlo así, sentados, poniendo atención a lo que decimos y escuchando con interés”… La madre se levanta, tira del brazo del niño hasta ponerle en pie, le atiza un azote “entrambasnalgas” y le responde: “¡Pues entonces tendrá que ser esta tarde, cuando hayas hecho tus deberes! Porque ahora, con tanta ceremonia, no vas a llegar a tiempo al colegio. ¡Venga, sigue calladito si te da la gana, pero termina el desayuno!”. Cuando llega la tarde, y el niño ha terminado sus tareas, es la madre quien lleva a su hijo al salón. Y, una vez allí, ya sentados y con toda la atención de que son capaces, le explica la diferencia que media entre una conversación trascendente y el diálogo ordinario que debemos tener con quienes conviven con nosotros; y que no es lo mismo decir: “mamá, voy a casarme en diciembre” que decir “la tostada está mejor con mantequilla”…
El Santo Rosario, contra lo que algunos parecen pensar, forma parte del “diálogo ordinario” entre el cristiano y su Madre del Cielo. La oración mental, por ejemplo, o la Santa Misa, requieren un tiempo consagrado en exclusiva al trato con el Señor y con la Virgen, porque son momentos de recogimiento y oportunidades para sumergir el alma en Dios. También puede rezarse el Rosario de este modo, cuando se reza en la iglesia o delante del Santísimo. Pero, además, el Santo Rosario puede y debe integrarse en ese “coloquio” habitual (que no rutinario) entre el cristiano y la Virgen que no necesariamente requiere una atención exclusiva.
Conozco quien reza el Rosario mientras plancha la ropa… Y no se le queman las camisas, porque no plancha mientras reza, sino que reza mientras plancha. Otros -yo mismo, en ocasiones- lo rezan mientras conducen, y no por ello provocan accidentes de tráfico, sino que logran reducir el número de improperios vertidos en las autopistas. Ya comprenderán que es más difícil acordarse de la parentela del conductor vecino mientras uno está rezando el Avemaría. En ocasiones, incluso se aprovecha la oportunidad para ofrece el Avemaría por ese prójimo que se nos ha cruzado sin encender el intermitente. Otras personas rezan el Rosario mientras caminan cada mañana a la estación de metro o de tren… “De mi casa a la RENFE van tres misterios”, me dice un amigo, “y de la RENFE a mi casa dos más las letanías”. “O sea”, le respondo yo, “que todos los días tu Madre te lleva al tren, y después acude a recogerte. ¡No está mal!”. Personalmente, los misterios del día y las lauretanas procuro rezarlos en un tranquilo paseo después de comer. Después, entre rato y rato, caminos de ida y de vuelta, o momentos libres en el confesionario, procuro que caigan una o dos partes más del Santo Rosario; en ocasiones, tres o hasta cuatro. ¿Para qué perder el tiempo pensando en estupideces, cuando se puede hablar con Mamá en cualquier rincón?
Luego están los bobos; aquellos para quienes se dijo que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Son esa pléyade de personas “serias y trascendentes” que te miran con rostro adusto y te espetan: “Para rezar el Rosario como un papagallo, mejor no rezarlo”. Seguidamente, te lanzan el golpeteo de latas de Santa Teresa (¡Pobrecita, cuánto bobo quiere tenerla a su favor!) y, al final, por aquello de que mejor no hacer las cosas que hacerlas mal, acaban por no rezar nunca. “Prefiero un Avemaría meditada que todo un Rosario de carrerilla”… Es como decirle a la madre: “M….a….m…á”. Y la madre se queda mirando con ojos curiosos y responde: “¿…Q…u…é…?” Nada.
Con permiso de bobos y amantes del yoga, el zen y la meditación trascendental: recen ustedes el Rosario bien, regular, o mal… Pero recen muchos rosarios. Que les aseguro que todos ellos llegan a la Virgen y le arrancan una tierna sonrisa de Madre. Ande, sean buenos, hablen con Mamá, que a Ella le encanta la conversación.
José-Fernando Rey Ballesteros