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El Papa en Tierra Santa: EL BALANCE DEL VIAJE

El coraje y la profecía de un viaje para la historia

Este texto es ampliación, corrección y versión definitiva del ofrecido en el mediodía del viernes 15 de mayo. Las prisas del momento y el puente madrileño de San Isidro y mis connaturales nerviosos hicieron que me confundiera a la hora de editar el documento preciso. Editamos no este, sino su embrión. ¡Cosas de tener los archivos en distintos sitios! En conclusión, este el mi decálogo de conclusiones, mi balance sobre el viaje del Papa a Tierra Santa. Y luego, para cerrar estas crónicas, ofreceré una nueva tarjeta postal…)

 A las dos de la tarde (horario israelí, una hora menos en España) de este viernes 15 de mayo el Papa Benedicto XVI deja Tierra Santa tras una apasionante semana para la historia. Atrás quedan ocho intensos y agotadores días, cuajados de gestos, de visitas, de discursos (treinta y uno), de emociones y, sobre todo, de laboriosa y paciente siembra de paz y de reconciliación. No ha sido un viaje fácil, pero, precisamente por ello, ha sido todavía más hermoso y más esperanzador. Y es que, aun cuando solo la historia –y nunca a corto o a medio plazo- podrá juzgar el efecto que para la paz pueda traer el viaje papal, de lo que no cabe duda es de que Benedicto XVI ha sembrando y esparcido la reconciliación, la paz y la esperanza a manos llenas.

 ¿A qué ha ido el Papa Benedicto XVI a Tierra Santa? ¿Cuáles son las claves de su visita a Jordania, Israel y Palestina? ¿Cuáles eran sus objetivos y sus expectativas? He aquí diez respuestas breves y esenciales.

 1.- El Papa ha ido a Tierra Santa peregrinar, a orar, a venerar los Santos Lugares del País de Jesús, la patria de Pedro de Galicia, la cuna de la Iglesia. Pedro ha vuelto a su tierra y a la tierra de su Señor, Jesús de Nazaret, y de la Iglesia, también allí nacida. Ha sido el tercer sucesor del Pescador de Galilea, tras Pablo VI en 1964 y Juan Pablo II en 2000, en realizar este viaje. Resulta paradójico: de 265 sucesores de San Pedro tan solo tres han podido viajar a la tierra de Pedro, a la tierra de Jesús, a la cuna de la Iglesia

 2.- El Papa ha ido a Tierra Santa a realizar una peregrinación. Este viaje ha sido más que ninguno otro una peregrinación religiosa, cristiana, católica. Benedicto XVI ha ido a Tierra Santa a sumarse a la tan numerosa, incontable e ininterrumpida lista de cristianos célebres y anónimos que han peregrinado, peregrinan y peregrinar a Tierra Santa. Ha ido como peregrino entre peregrinos a nutrirse y a revigorizar  las raíces de la fe cristiana. Y la suya ha sido también una peregrinación misionera. Porque Pedro es siempre el primer misionero.

 3.- El Papa ha ido a Tierra Santa a visitar, a confortar, a robustecer a las escuálidas, pobres y marginadas comunidades católicas del País de Jesús, “condenadas” en práctica al éxodo, a la diáspora, al olvido y al torpedo de los gobiernos de la zona. Para ello, para desbloquear la difícil y tan dificultada vida de los católicos en Israel y en Palestina ha pedido a los respectivos Gobiernos reactivas las conversaciones institucionales desde las premisas del derecho absoluto a la libertad religiosa y de los Acuerdos Santa Sede-Israel de 1993 y Santa Sede-Autoridad Nacional Palestina de 2000, apenas desarrollados. Benedicto XVI ha ido a  Tierra Santa a construir, a seguir construyendo, Iglesia, a contribuir a su consolidación, tantas veces imposible. A soñar en su crecimiento. En este sentido, la primera etapa de la peregrinación, Jordania, simbolizó magnífica y emblemáticamente este compromiso de Benedicto XVI por hacer Iglesia en su visita pastoral a Tierra Santa.

Como también lo fue su Misa en el Valle de Josafat de Jerusalén, la primera Misa pública, al aire libre, oficial, seguida por unos cinco mil fieles que ha podido realizarse en Jerusalén en los dos mil años de historia del cristianismo, de historia de la Eucaristía. A unos tres o cuatro kilómetros tan solo del lugar –el Cenáculo, en el Monte Sión- donde nació la Eucaristía… De nuevo, ¡qué gran paradoja y qué gran interpelación!

 Benedicto XVI ha ido, en definitiva, a Tierra Santa a pedirles a los cristianos allí presentes que no se vayan, que se queden en Tierra Santa, que es su tierra y la tierra de sus antepasados. Que es la tierra de su Dios y Señor y la tierra de sus hermanos todos los cristianos del mundo. Los peregrinos a Tierra Santa necesitan a los cristianos de este lugar. Ellos son memoria viva de la Encarnación. Jesús, María, los Apóstoles fueron como ellos. Los cristianos de Tierra Santa se parecen más a Jesús, María, José y los Apóstoles y a los primeros cristianos…

 4.- El Papa ha ido a  Tierra Santa encontrarse con los hermanos cristianos no católicos presentes en Tierra Santa, de modo también muy minoritario y marginado, y, a la vez, muy atomizado. Esta ha sido una peregrinación esencialmente ecuménica. En Tierra Santa la túnica inconsútil de Cristo comenzó a rasgarse y romperse por primera vez. Es apremiante tejer en la unidad  del diálogo, de la comunión, de la reconciliación y de la plegaria esta túnica.

 5.- El Papa ha ido a Tierra Santa a testimoniar la existencia del Único Dios Verdadero y a ponerse al servicio del diálogo con los otros dos grandes Religiones monoteístas: el judaísmo y el islamismo. Además entre cristianismo, judaísmo e islámico hay muchos puntos en común, aparte de notables diferencias. Hay vínculos de conexión histórica y esencial con el judaísmo y también de cercanía con el islamismo.

El viaje de Benedicto XVI a Tierra Santa ha sido un viaje al diálogo interreligioso. Un diálogo interreligioso que requiere del conocimiento mutuo, de la amistad recíproca, de actos conjuntos, de colaboración y cooperación en tantos temas y cuestiones que les une en su defensa, ensalzamiento y promoción del nombre de Dios y a favor de la causa del hombre.

 Benedicto XVI, en este sentido, visitó la principal mezquita de Amman, la cúpula de la Roca de Jerusalén –uno de los grandes santuarios del islamismo, el lugar de su supuesta ascensión a los cielos del profeta Mahoma-, el más importante santuario y epicentro musulmán de Jerusalén…

 6.- El Papa ha ido a Tierra Santa, en conexión, con el punto anterior, a fortalecer la reconciliación entre cristianos y judíos, entre cristianos y musulmanes. Y a ayudar a que la reconciliación sea posible entre judíos y musulmanes. Y lo ha hecho en el nombre de Dios, del Dios del perdón, de la reconciliación y del amor. Los creyentes no pueden vivir en hostilidad, en odio, en resentimiento, en negación y agresividad de los unos hacia los otros, aunque no sean de su misma Religión.

 Tras siglos de enemistad e incluso de virulencia entre cristianos y judíos y entre cristianos y musulmanes, en el último medio siglo se ha recorrido un impresionante camino de reconciliación. En esta senda ha ahondado Benedicto XVI, disipando pasados y más recientes malentendidos como, por ejemplo, las reacciones islámicas a su discurso en la Universidad alemana de Ratisbona y las desafortunadísimas declaraciones negacionistas del holocausto judío hechas irresponsablemente por el obispo lefebrvista Williamson. La renovada condena de parte del Papa de la “shoah” (el holocausto) y quienes la niegan o minimizan resultó inequívoca en sus palabras en el aeropuerto de Tel Aviv, nada más llegar a Israel, y en su visita Yad Vashem de Jerusalén, al Memorial del Holocausto. Allí encendió la llama de la memoria, pronunció un discurso que fue una plegaria y ofreció la corona de flores por las víctimas de aquel horror que no puede nunca jamás volver a repetirse. Y lo hizo con claridad, con humildad, con  elegancia, aunque algunos hayan dicho antes y después  cicaterías y estupideces.

Estos pasos de reconciliación son pasos encaminados a que la amistad y la cooperación siga adelante, con la brújula facilitada por la declaración “Nostra aetate” del Concilio Vaticano II y los magisterios de los Papas Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, amén de otras muestras en la misma dirección procedentes del judaísmo y del islamismo.

 7.- El Papa ha ido a Tierra Santa a mostrar la grandeza, la belleza, la verdad y la necesidad de la Religión y del derecho inalienable y fundamental de la libertad religiosa. Esta la libertad religiosa no puede limitarse a la libertad de culto –ya de por sí importante- y a la incluir las garantías precisas –teóricas y prácticas- para que los creyentes puedan vivir en plena libertad en todos los órdenes, puedan tener presencia en la vida pública y puedan contribuir de este modo a la construcción de una sociedad mejor. La Religión verdadera es camino del hombre, es sendero de libertad, de progreso, de seguridad, de educación, de bienestar, del único verdaderamente humano y pleno.

 Esta grandeza de la Religión exige asimismo la purificación y sanación de sus posibles manifestaciones patológicas como son siempre las que derivan en fundamentalismo, integrismo, violencia en nombre de Dios, fanatismo, particularismo excluyente, odio, desolación…

 8.- El Papa ha ido a Tierra Santa a sembrar paz, a ser mensajero de la paz. ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero de la paz! La paz no puede esperar. La Tierra Santa ha de ser, en verdad, la tierra de la paz. La etapa jerosolimitana de Benedicto XVI fue, ante todo, la etapa de la paz. Todo su viaje lo fue como rezaba el lema del mismo: “Dichosos los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios”.

 Esta paz, la paz que Dios quiere, exige hacer de Tierra Santa y muy particularmente de Jerusalén una tierra abierta, una ciudad abierta. ¿De quién es Tierra Santa? ¿De quién es Jerusalén? Es de los judíos, es de los cristianos, es de los musulmanes. Es de todos. Y es de todos, ante todo y sobre todo, porque es de Dios, el Padre de todos y que a todos nos hace hermanos.

 Este compromiso de Benedicto XVI en pro de la paz ha encontrado en el viaje numerosas ocasiones e imágenes. Pero quizás dos son las más significativas y emblemáticas. La primera cuando, junto al presidente de Israel, Simon Peres, plantó un árbol, un olivo de la paz, en la residencial presidencial israelí. La segunda en su plegaria en el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén. En el texto que introdujo en la hendidura, en una de las grietas del muro occidental del antiguo Templo de Israel, escribió:

“Dios de todos los tiempos,

en mi visita a Jerusalén, la Ciudad de la Paz,

morada espiritual para hebreos, cristianos y musulmanes,

llevo ante Ti los gozos, las esperanzas y las aspiraciones,

las angustias, los sufrimientos y las penas

de todo Tu pueblo disperso por el mundo.

Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob,

escucha el grito de los afligidos, de los que tienen miedo, de los desesperados,

manda tu Paz sobre esta Tierra Santa, sobre Medio Oriente,

sobre la entera familia humana;

 ilumina el corazón de todos aquellos que invocan tu nombre

a fin de que quieran caminar humildemente

sobre el camino de la justicia y la piedad.

 Bueno es el Señor con el que espera en Él, con el alma que lo busca (Lam 3,25)”.

 Y Benedicto XVI ha querido contribuir a la paz desde lo específico y nuclear del mensaje cristiano, expresado y concretado en la Doctrina Social de la Iglesia. Es la paz que presupone la conversión de los corazones. Es la paz que Dios quiere. Las profecías han de cumplirse: Tierra Santa ha de ser la tierra de la paz, sí, porque en ella nació el Príncipe de la Paz. Este impagable servicio a la paz lo ha hecho también Benedicto XVI desde la razón y desde los fundamentos del Derecho, desde donde se inscribe el derecho de Israel a mantener en paz, en justicia y en seguridad su Estado y el derecho de Palestina a ser en paz, en justicia y en libertad una patria propia y soberana, un Estado democrático. Y desde estas premisas –y desde la más aplastante de las lógicas y del sentido común- el Papa ha lamentado el muro de Cisjordania y ha recordado que los muros caen.

Y Benedicto XVI, en fin,  lo ha hecho y lo ha dicho en el nombre de una humanidad herida y cansada de guerras y sedienta de paz, en el nombre de la Iglesia católica y, ante todo, en el nombre de Dios, el Dios de la Paz.

 9.- El Papa ha ido a Tierra Santa a transmitir el valor sagrado de la vida, el don de Dios por excelencia, el  más sagrado e inalienable don, tantas veces cercenado por la guerra, la violencia, el odio, la exclusión, la falta de libertad, el muro y los muros de la incomprensión. Y la ciudad de la vida por excelencia en Tierra Santa y en el mundo entero es Belén. Allí estuvo Benedicto XVI el miércoles 13 de mayo. Su visita a la gruta de la Natividad y la Hospital Infantil de Cáritas fueron los símbolos de esta opción insoslayable e irreductible a favor de la vida. Como lo fueron también su recorrido por el campo de refugiados palestinos de Aida. Belén y la vida en toda su extensión fue el tercer eje del viaje.

 Y Benedicto XVI fue también a  Tierra Santa a transmitir el mensaje cristiano de la primacía de la familia, que es el mensaje de Nazaret –la cuarta de las etapas del viaje papal-, la etapa de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, la Sagrada Familia De Nazaret. La familia cristiana siempre busca ser imagen de esta Bendita Familia.  

 Vida y Familia, sí, simbolizadas y aunadas en Jesús, el Señor de la Vida, y en María de Nazaret, la madre y la fuente de la vida –“¡Bendito el fruto de tu vientre, Jesús!”-; simbolizadas y aunadas en la Encarnación y en la Natividad; simbolizadas y aunadas en Belén –la casa del pan- y en la fecundidad de la fértil y hermosa Galilea.

 Vida y Familia, pues, para Palestina,  Judea,  Samaría,  Galilea y Jordania. Vida y Familia que significan igualmente paz, pan, trabajo, libertad, seguridad, derechos, movilidad, educación, bienestar. Que significan Esperanza.

 10.- El Papa ha ido a Tierra Santa a mostrar al mundo y a la humanidad, a través de los medios de comunicación –algunos seguimientos, por cierto, han sido espléndidos, y otros deplorables, insidiosos, frívolos y escasamente profesionales- y de la gran expectación suscitada, la esperanza intrínseca, gozosa, rebosante, desbordante y expansiva del cristianismo.

 No ha sido un  viaje fácil, pero así ha sido más hermoso, más profético, más valiente, más audaz, más histórico, más evangélico. El Papa lo ha asumido animoso, responsable, valeroso, consciente de que pocas voces como la suya pueden ser escuchadas -siquiera un poco- en esta tierra, emblema de lo mejor y también de lo peor de nuestra humanidad, necesitada –aun sin saberlo- de la verdadera esperanza. Ha sido, por todo ello, también –dicho está ya- un viaje misionero.

 jesús de las Heras. Director de ECCLESIA. 16 de mayo de 2009