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Cartas del diablo a su sobrino. Carta XXV. C.S.Lewis

Amena y mordaz radiografía de la religiosidad del hombre moderno…. y de las tentaciones a que se expone

Mi querido Orugario:

El verdadero inconveniente del grupo en el que vive tu paciente es que es meramente cristiano. Todos tienen intereses individuales, claro, pero su lazo de unión sigue siendo el mero cristianismo. Lo que nos conviene, si es que los hombres se hacen cristianos, es mantenerles en el estado de ánimo que yo llamo «el cristianismo y…». Ya sabes: el cristianismo y la Crisis, el cristianismo y la Nueva Psicología, el cristianismo y el Nuevo Orden, el cristianismo y la Fe Curadora, el cristianismo y la Investigación Psíquica, el cristianismo y el Vegetarianismo, el cristianismo y la Reforma Ortográfica. Si han de ser cristia­nos, que al menos sean cristianos con una diferencia. Sustituir la fe misma por alguna moda de tonalidad cristiana. Trabajar sobre su horror a Lo Mismo de Siempre.

El horror a Lo Mismo de Siempre es una de las pasiones más valiosas que hemos producido en el corazón humano: una fuente sin fin de herejías en lo religioso, de locuras en los consejos, de infidelidad en el matrimonio, de inconstancia en la amistad. Los humanos viven en el tiempo y experimentan la realidad sucesivamente. Para experimentar gran parte de la realidad, consecuentemente, deben experimentar muchas cosas diferentes; en otras palabras, deben experimentar el cambio. Y ya que necesitan el cambio, el Enemigo (puesto que, en el fondo, es un hedonista) ha hecho que el cambio les resulte agradable, al igual que ha hecho que comer sea agradable. Pero como El no desea que hagan del cambio, ni de comer, un fin en sí mismo, ha contrapesado su amor al cambio con su amor a lo permanente. Se las ha arreglado para gratificar ambos gustos al mismo tiempo en el mundo que El ha creado, median­te esa fusión del cambio y de la permanencia que llamamos ritmo. Les da las estaciones, cada una diferente pero cada año las mismas, de tal forma que la primavera resulta siempre una novedad y al mismo tiempo la repetición de un tema inmemo­rial. Les da, en su Iglesia, un año litúrgico; cambian de un ayuno a un festín, pero es el mismo festín que antes.

Ahora bien, al igual que aislamos y exageramos el placer de comer para producir la glotonería, aislamos y exageramos el natural placer del cambio y lo distorsionamos hasta una exi­gencia de absoluta novedad. Esta exigencia es enteramente producto de nuestra eficiencia. Si descuidamos nuestra tarea, los hombres no sólo se sentirán satisfechos, sino transportados por la novedad y familiaridad combinadas de los copos de nieve de este enero, del amanecer de esta mañana, del pudding de estas Navidades. Los niños, hasta que les hayamos enseñado otra cosa, se sentirán perfectamente felices con una ronda de juegos según las estaciones, en la que saltar a la pata coja sucede a las canicas tan regularmente como el otoño sigue al verano. Sólo gracias a nuestros incesantes esfuerzos se mantie­ne la exigencia de cambios infinitos, o arrítmicos.

Esta exigencia es valiosa en varios sentidos. En primer lugar, reduce el placer mientras aumenta el deseo. El placer de la novedad, por su misma naturaleza, está más sujeto que cualquier otro a la ley del rendimiento decreciente. Una nove­dad continua cuesta dinero, de forma que su deseo implica avaricia o infelicidad, o ambas cosas. Y además, cuanto más ansioso sea este deseo, antes debe engullir todas las fuentes inocentes de placer y pasar a aquellas que el Enemigo prohíbe. Así, exacerbando el horror a Lo Mismo de Siempre, hemos hecho recientemente las Artes, por ejemplo, menos peligrosas para nosotros que nunca lo fueron, pues ahora tanto los artis­tas «intelectuales» como los «populares» se ven empujados por igual a cometer nuevos y nuevos excesos de lascivia, sinrazón, crueldad y orgullo. Por último, el afán de novedad es indispen­sable para producir modas o bogas.

La utilidad de las modas en el pensamiento es distraer la atención de los hombres de sus auténticos peligros. Dirigimos la protesta de moda en cada generación contra aquellos vicios de los que está en menos peligro de caer, y fijamos su aproba­ción en la virtud más próxima a aquel vicio que estamos tratando de hacer endémico. El juego consiste en hacerles correr de un lado a otro con extintores de incendios cuando hay una inundación, y todos amontonándose en el lado del barco que está ya casi con la borda sumergida. Así, ponemos de moda denunciar los peligros del entusiasmo en el momento preciso en que todos se están haciendo mundanos e indiferen­tes; un siglo después, cuando estamos realmente haciendo a todos byronianos y ebrios de emoción, la protesta en boga está dirigida contra los peligros del mero «entendimiento». Las épo­cas crueles son puestas en guardia contra el Sentimentalismo, las casquivanas y ociosas contra la Respetabilidad, las libertinas contra el Puritanismo; y siempre que todos los hombres real­mente están apresurándose a convertirse en esclavos o tiranos, hacemos del Liberalismo la máxima pesadilla.

Pero el mayor triunfo de todos es elevar este horror a Lo Mismo de Siempre a una filosofía, de forma que el sinsentido en el intelecto pueda reforzar la corrupción de la voluntad. Es en este aspecto en el que el carácter Evolucionista o Histórico del moderno pensamiento europeo (en parte obra nuestra) resulta tan útil. Al Enemigo le encantan los tópicos. Acerca de un plan de acción propuesto, El quiere que los hombres, hasta donde alcanzo a ver, se hagan preguntas muy simples: ¿Es justo? ¿Es prudente? ¿Es posible? Ahora, si podemos mantener a los hombres preguntándose: «¿Está de acuerdo con la tenden­cia general de nuestra época? ¿Es progresista o reaccionario?

¿Es éste el curso de la Historia?», olvidarán las preguntas relevantes. Y las preguntas que se hacen son, naturalmente, incontestables; porque no conocen el futuro, y lo que será el futuro depende en gran parte precisamente de aquellas eleccio­nes en que ellos invocan al futuro para que les ayude a hacerlas. En consecuencia, mientras sus mentes están zumbando en este vacío, tenemos la mejor ocasión para colarnos, e inclinarles a la acción que nosotros hemos decidido. Y ya se ha hecho muy buen trabajo. En un tiempo, sabían que algunos cambios eran a mejor, y otros a peor, y aún otros indiferentes. Les hemos quitado en gran parte este conocimiento. Hemos sustituido el adjetivo descriptivo «inalterado» por el adjetivo emocional «es­tancado». Les hemos enseñado a pensar en el futuro como una tierra prometida que alcanzan los héroes privilegiados, no como algo que alcanza todo el mundo al ritmo de sesenta minutos por hora, haga lo que haga, sea quien sea. Tu cariñoso tío,

ESCRUTOPO