Cartas del diablo a su sobrino. Carta XIX. C.S.Lewis
Amena y mordaz radiografía de la religiosidad del hombre moderno… y de las tentaciones a que se expone
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Mi querido Orugario:
He pensado mucho acerca de la pregunta que me haces en tu última carta. Si, como he explicado claramente, todos los seres, por su propia naturaleza, se hacen la competencia, y, por tanto, la idea del Amor del Enemigo es una contradicción en sus términos, ¿qué pasa con mi reiterada advertencia de que Él realmente ama a los gusanos humanos y realmente desea su libertad y su existencia continua? Espero, mi querido muchacho, que no le hayas enseñado a nadie mis cartas. No es que importe, naturalmente. Cualquiera vería que la aparente herejía en que he caído es puramente accidental. Por cierto, espero que comprendieses, también, que algunas referencias aparentemente poco elogiosas a Bapalapo eran puramente en broma. En realidad, le tengo el mayor respeto. Y, por supuesto, algunas cosas que dije acerca de no escudarte de las autoridades no iban en serio. Puedes confiar en que me cuide de tus intereses. Pero guarda todo bajo siete llaves.
La verdad es que, por mero descuido, tuve el desliz de decir que el Enemigo ama realmente a los humanos. Lo cual, naturalmente, es imposible. Él es un ser; ellos son diferentes, y su bien no puede ser el de Él. Toda Su palabrería acerca del Amor debe ser un disfraz de otra cosa; debe tener algún motivo real para crearlos y ocuparse tanto de ellos. La razón por la que uno llega a hablar como si Él sintiese realmente este Amor imposible es nuestra absoluta incapacidad para descubrir ese motivo real. ¿Qué pretende conseguir de ellos? Esa es la cuestión insoluble. No creo que pueda hacer daño a nadie que te diga que precisamente este problema fue una de las causas principales de la disputa de Nuestro Padre con el Enemigo. Cuando se discutió por primera vez la creación del hombre y cuando, incluso en esa fase, el Enemigo confesó abiertamente que preveía un cierto episodio referente a una cruz. Nuestro Padre, muy lógicamente, solicitó una entrevista y pidió una explicación. El Enemigo no dio más respuesta que inventarse el camelo sobre el Amor desinteresado que desde entonces ha hecho circular. Naturalmente, Nuestro Padre no podía aceptar esto. Imploró al Enemigo que pusiese Sus cartas sobre la mesa, y Le dio todas las oportunidades posibles. Admitió que tenía verdadera necesidad de conocer el secreto; el Enemigo le replicó: “Quisiera con todo mi corazón que lo conocieses”. Me imagino que fue en ese momento de la entrevista cuando el disgusto de Nuestro Padre por tan injustificada falta de confianza le hizo alejarse a una distancia infinita de Su Presencia, con una rapidez que ha dado lugar a la ridícula historia enemiga de que fue expulsado, a la fuerza, del Cielo. Desde entonces, hemos empezado a comprender por qué nuestro Opresor fue tan reservado. Su trono depende del secreto. Algunos miembros de Su partido han admitido con frecuencia que, si alguna vez llegásemos a comprender qué entiende Él por Amor, la guerra terminaría y volveríamos a entrar en el Cielo. Y en eso consiste la gran tarea. Sabemos que Él no puede amar realmente: nadie puede: no tiene sentido. ¡Si tan sólo pudiésemos averiguar qué es lo que realmente se propone! Hemos probado hipótesis tras hipótesis, y todavía no hemos podido descubrirlo. Sin embargo, no debemos perder nunca la esperanza; ten drías más y más complicadas, colecciones de datos más y más completas, mayores recompensas a los investigadores que hagan algún progreso, castigos más y más terribles para aquellos que fracasen, todo esto, seguido y acelerado hasta el mismo fin del tiempo, no puede, seguramente, dejar de tener éxito.
Te quejas de que mi última carta no deja claro si considero el “enamoramiento” como un estado deseable para un humano o no. Pero Orugario, de verdad, ¡ése es el tipo de pregunta que uno espera que hagan ellos! Déjales discutir si el “Amor”, o el patriotismo, o el celibato, o las velas en los altares, o la abstinencia del alcohol, o la educación, son “buenos” o “malos”. ¿No te das cuenta de que no hay respuesta? Nada importa lo más mínimo, excepto la tendencia de un estado de ánimo dado, en unas circunstancias dadas, a mover a un paciente particular, en un momento particular, hacia el Enemigo o hacia nosotros. En consecuencia, sería muy conveniente hacer que el paciente decidiese que el Amor es “bueno” o “malo”. Si se trata de un hombre arrogante, con un desprecio por el cuerpo basado realmente en la exquisitez, pero que él confunde con la pureza —y un hombre que disfruta mofándose de aquello que la mayor parte de sus semejantes aprueban—, desde luego déjale decidirse en contra del Amor. Incúlcale un ascetismo altivo y luego, cuando hayas separado su sexualidad de todo aquello que podría humanizarla, cae sobre él con una forma mucho más brutal y cínica de la sexualidad. Sí, por el contrario, se trata de un hombre emotivo, crédulo, aliméntale de poetas menores y de novelistas de quinta fila, de la vieja escuela, hasta que le hayas hecho creer que el “Amor” es irresistible y además, de algún modo, intrínsecamente meritorio. Esta creencia no es de mucha utilidad, te lo garantizo, para provocar faltas casuales de castidad; pero es una receta incomparable para conseguir prolongados adulterios “nobles”, románticos y trágicos, que terminan, si todo marcha bien, en asesinatos y suicidios. Si falla, eso se puede utilizar para empujar al paciente a un matrimonio útil. Porque el matrimonio, aunque sea un invento del Enemigo, tiene sus usos. Debe haber varias mujeres jóvenes en el barrio de tu paciente que harían extremadamente difícil para él la vida cristiana, si tan sólo lograses persuadirle de que se casase con una de ellas. Por favor, envíame un informe sobre esto la próxima vez que me escribas. Mientras tanto, que te quede bien claro que este estado de enamoramiento no es, en sí, necesariamente favorable ni para nosotros ni para el otro bando. Es, simplemente, una ocasión que tanto nosotros como el Enemigo tratamos de explotar. Como la mayor parte de las cosas que excitan a los humanos, tales como la salud y la enfermedad, la vejez y la juventud, o la guerra y la paz, desde el punto de vista de la vida espiritual es, sobre todo, materia prima.
Tu cariñoso tío, ESCRUTOPO