Sobre la Misa en latín
En 1969, una reforma litúrgica –no el Concilio Vaticano II- prácticamente prohibió el rito litúrgico vigente durante casi un milenio en la Iglesia: el puesto en vigor en 1570 por Pío V y que fue modificado en 1962 por Juan XXIII.
La medida fue críticamente acogida por intelectuales muy distintos. Por dos veces –antes (1966) y después (1971) de la reforma- hicieron notar respetuosamente su disconformidad.
Entre ellos, se encontraban Jorge Luis Borges, Jacques Maritain, Evelyn Waugh, Salvador de Madariaga, Andrés Segovia, Grahan Green, Salvatore Cuasimodo y un largo etcétera. Incluso el director de Times, William Rees-Mogg, firmó una de las protestas. También se sumó –y valga como anécdota- la escritora Agatha Christie.
Las razones no eran de índole litúrgica. Más bien argumentaban los firmantes que el valor cultural y espiritual de la antigua liturgia “es un patrimonio de todos”. Tan de todos –añadían- como lo son la capilla Sixtina, el gregoriano, la escultura gótica, las grandes catedrales o la Basílica de San Pedro. Treinta y cinco años después, otro intelectual, el papa Ratzinger, globaliza el rito nunca abrogado, conectando con una corriente de pensadores e intelectuales, siempre presente en el trasfondo cultural de Occidente.
La medida no ha sorprendido a los expertos. Benedicto XVI, que como teólogo había dedicado a la liturgia muchas páginas en su obra escrita, ya apuntaba en 1999 que esa pintura al fresco que es el cuadro litúrgico “está amenazada por restauraciones o reconstrucciones desacertadas (…) Su destrucción puede ser inminente, a no ser que se tomen las medidas necesarias para contener esas influencias nocivas”. Y años antes observaba que la “promulgación de la prohibición del antiguo misal (…) ha supuesto una rotura en la historia de la liturgia, cuyas consecuencias pueden ser trágicas”.
Nadie piense que, al aflojar los muelles que oprimían el antiguo rito, éste suplantará al misal que puso en vigor Pablo VI después del Concilio. La medida no es una respuesta, sino una suma. Se trata –si estamos de acuerdo con el cardenal Darío Castrillón- de una oferta generosa del Papa, que pondrá a disposición de la Iglesia “todos los tesoros de la liturgia latina, capaces por siglos de nutrir la vida espiritual de tantas generaciones de fieles católicos”.
No es pues la apertura de un camino hacia atrás, sino hacia delante. El antiguo rito de la misa no es ciertamente una propiedad privada de los lefebvrianos (unos 300.000 en varios países), sino un patrimonio universal. Concederle pleno derecho de ciudadanía litúrgica no es algo excepcional. Supone, tan sólo, otorgarle el mismo rango que otros ritos católicos que pacíficamente conviven con el romano post-conciliar: el bizantino, el mozárabe o el maronita. El nuevo documento debe interpretarse en la línea reiteradamente afirmada por el papa Ratzinger: “Interpretar el Concilio como una reforma en la continuidad de la tradición, no como una rotura total con el pasado”.
Rafael Navarro-Valls es catedrático de la Universidad Complutense El Mundo. 29/06/07