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Acción de gracias

santiago-martinn.jpgAprobación pontificia de los Franciscanos de María

Pido perdón por dedicar este artículo a algo personal. La semana pasada me encontraba en Roma, recibiendo la aprobación pontificia de los Franciscanos de María, la familia espiritual que la Virgen ha puesto en marcha valiéndose de mí, quizá por aquello de que conviene que las vasijas sean de barro para que todos vean de dónde procede el tesoro que contienen.

Quiero agradecer al cardenal Rouco el apoyo que me ha brindado, poniendo en marcha el proceso para la aprobación. Agradezco al embajador ante la Santa Sede, Francisco Vázquez, la ayuda impagable que me ha ofrecido mientras ha durado el estudio de nuestros Estatutos. En el Pontificio Consejo para los Laicos me he sentido siempre acogido, experimentando la estructura de la Iglesia no como un corsé inmovilizador, sino como una mano amiga; muy en particular ha estado a mi lado monseñor Miguel Delgado.

Quiero dejar constancia también de mi gratitud hacia un santo al que me encomendé al llegar a Roma para poner en marcha el proceso y en cuya fiesta se nos dio la aprobación: San Josemaría Escrivá. Agradezco a los que han estado a mi lado en estos años: el cardenal López Trujillo, el cardenal Cañizares, el arzobispo de Burgos -monseñor Gil Hellín- por citar sólo a los eclesiásticos más destacados. Agradezco a este periódico -y sobre todo a Alex Rosal- que me haya abierto sus páginas para difundir este mensaje. Pero por encima de todo quiero agradecerle a Dios que haya confiado a los Franciscanos de María el carisma del agradecimiento. Es un don extraordinario, pues se trata nada menos que del carisma destinado a hacer vivir la eucaristía en la vida cotidiana. Y a la Iglesia, mi gratitud por dejarme agradecer, por reconocer que la familia del agradecimiento es «un auténtico camino y escuela de santidad y apostolado».

Santiago Martín. Fe y Razón. 5 julio 2007