Anécdotas y Virtudes (Junto a cada sonrisa, una reflexión)
Una cruz a la propia medida
Bueno es aceptar la cruz concreta que Dios quiera poner sobre nuestros hombros. Él sabe mejor qué nos conviene.
Nunca es mayor de lo que nuestras fuerzas son capaces de soportar, y Él nos ayuda. Se cuenta que había un hombre que siempre andaba quejoso a causa de sus muchos sufrimientos. «Sé muy bien —decía a Dios en sus oraciones quejumbrosas— que no hay vida sin sufrimiento; pero casualmente me diste a mí la cruz más pesada».
Al poco tiempo, nuestro hombre tuvo un sueño que le confundió. Le pareció encontrarse en una sala muy grande, en que se hallaban reunidos todos los sufrimientos del mundo, representados por sendas cruces.
—Escoge la que quieras —le dijo una voz—, y ésa será la que habrás de llevar toda tu vida.
Nuestro hombre se alegró sobremanera, y se puso a escoger. Iba probando y examinando las cruces, pero no encontraba ninguna a su gusto; probaba una y pesaba demasiado, y eso que le había parecido ligera; probaba otra y le hacía daño en los hombros…; todas las cruces, cual más, cual menos, tenían muchos inconvenientes. Iba probando, probando…, hasta que, al fin, encontró una. Era una cruz relativamente pequeña, ni demasiado pesada, ni muy incómoda para sus hombros.
Ésta me vendrá bien; me quedaré con ésta.
Con alegría cogió la cruz, la examinó más de cerca… y era la misma cruz que Dios le había destinado y de la que se había quejado tantas veces.
Cfr. T. Tóth. Venga a nos el tu reino